DEL DÍA DE LOS MUERTOS AL DÍA DE MI MUERTE.

En Internet se encuentran bastantes datos de este día tan especial. En algunas culturas, por ejemplo, esta celebración es considerada una fiesta. Los orígenes de la festividad se encuentran en las antiguas culturas indígenas de los Aztecas, Mayas, Nahuas y Totonacas quienes hacían rituales dedicados a sus ancestros.

El 1 y 2 de noviembre son dos días bien diferenciados en las festividades. El 1 es el día en que regresan las almas de los niños y el 2 las almas de los adultos. Para ambos días los pueblos y ciudades preparan una serie de objetos que forman parte del ritual de todos los noviembres. En primer lugar están las calaveras, que se ven representadas tanto en artesanías como en los platos de la víspera. 

En Colombia actualmente los creyentes asisten a los cementerios para llevar romerías de amor, es decir, ofrendas en símbolo de agradecimiento a las ayudas concedidas por los santos en favor de sus seres queridos. La gente concurre el 1 de noviembre a los cementerios con coronas y palmas para adornar las sepulturas y rendir homenaje a los que se fueron. También se concurre a la Iglesia para rezar por los difuntos y pedir por la salud y felicidad de los vivos.


Y a propósito de esta celebración o fiesta que acaba de pasar y máxime en esta época que estamos padeciendo en todo el territorio colombiano y con el apogeo de la muerte en Yarumal por fin me digné a pensar en la mía y llegué a una interesante conclusión: de que no soy inmortal ¡Triste realidad! Porque la vida de los pobres a veces es buena. Espero, eso sí, morirme de viejo rodeado de mis hijos, nietos y de mi anciana escuálida, canosa y arrugada esposa.

Pero así no sea como yo deseo y la flaca de la sonrisa eterna viene por mi en el momento menos pensado, sí quisiera que mis familiares y amigos me cumplieran la siguiente petición.
Cuando se anuncie por noticieros y periódicos de todo el mundo que se me olvidó respirar se debe conformar una comisión encargada de avisarle a todo el pueblo que esa noche hay rumba cultural en la funeraria. La Comisión Cultural se encargará de convocar músicos y poetas regionales para que amenicen las dos largas noches de vigilia. No quiero lágrimas ni flores. Sólo francachela y comilona.


La segunda noche o “noche de cierre” este tormentoso cuerpo con el que me engañó la vida quiero que sea velado en cámara ardiente, no en el Palacio de Nariño, ni más faltaba, en el Coliseo del Café de Yarumal con lleno total, pues esa noche habrá orquestas y música de cuerda. La entrada será gratis pero cada asistente llevará su media de “anisao”.

Debe haber otra comisión: la Antiética. Encargada de que no le pongan a mi ataúd la bandera de ningún partido político a excepción de una bandera blanca, símbolo de varias cosas: del Movimiento Daltónico Político (del cual soy fundador y único miembro); símbolo del abstencionismo (aunque siempre he votado) y símbolo de la paz (que nunca tuve).

A la Comisión Antiética le corresponderá la honrosa tarea de descolgar todos los cristos a mi alrededor, mantener los velones apagados, no permitir que se encore rosario alguno y -por respeto a mi religiosa familia- si hay misa, que en La Basílica no se le eche agua de la que llaman bendita al cofre que llevará mi cascarón, postre de los gusanos que valientemente morirán conmigo chamuscados en el horno crematorio. Si les da por hacer novena, que no sea la escalofriante y tenebrosa de las ánimas. Ha de ser la que más me ha gustado siempre: la novena de aguinaldo que hartos recuerdos de mi niñez me trajo cada diciembre. 

Como una de mis pasiones ha sido el mar, quiero descansar por siempre en él. Por eso, la Comisión Familiar hará un ritual en el baño de mi casa: quemarán mi poema Tanathos y lo mezclarán con mis cenizas. 

Luego deben arrojar todo ese polvo al sanitario y vacían –al fin y al cabo siempre fui una cagada-, del resto se encargará la tubería de Aguas del Norte. Las aguas residuales me llevarán al Nechí, de allí al Cauca ¡de allí al océano! Capitán sin puerto navegaré entre olas peregrinas en busca de los tesoros que me negó la vida… y “decid cuando yo muera (¡y el día esté lejano!)… era una llama al viento y el viento la apagó”.

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