YARUMACONDO. PARODIA DE OTRO CUENTO

El amanecer de ese viernes inició mal y es que llovía suavemente sobre un manto de neblina. Sin embargo doña Petrona abrió los ojos sudando del calor. Eso sí, no era culpa de su medio centenar de años, que venían, según sus tres amigas, acompañados de síntomas al que llamaban “los calores de Queta”, ni más faltaba. 

Algo raro pasaba y peor aún, ¡el despertador no sonó a las seis!, aunque el colmo fue cuando más tarde se le quemó la arepa en la parrilla. Ya no tenía dudas, algo raro iba a pasar.


Cuando escuchó las campanas del carro basurero corrió en busca de la bolsa negra y la sacó hasta la puerta. Allí se encontró con su vecina quien confirmó sus dudas. Le dijo que corría un rumor de que un grupo armado realizaría un terrible atentado ese día, al que habían denominado “viernes negro”. Todo tenía sentido. 

Fijó luego la mirada en el carro que anunciaba su paso con el sonido de una pequeña pero sonora campana y al ver que era el carro del gas y no el basurero se santiguó. Su vecina le recordó que la basura la habían recogido el día anterior, jueves, como de costumbre.

El atentado debía ocurrir en una escuela o una iglesia o en la misma misa de siete, esa noche. Por esos días en Yarumacondo habían ocurrido una serie de hechos violentos en bares y cantinas ¡y todas en horas de la noche! Petrona pensó que si algo sucedía tenía que ser después de las seis de la tarde. Tomó el teléfono para avisarle a sus tres amigas y enterarlas de sus conjeturas. Sólo hizo esas tres llamadas. 

Aunque parece que cada persona comentó a otras tres el suceso que se avecinaba y cada una de estas a otras tres y así sucesivamente, porque a las diez de la mañana ya se hablaba de un toque de queda en todo el pueblo debido al atentado. Se mencionaba también que un pasquín circulaba por la localidad, el mismo que nadie aseguraba haber visto, pero que existía, existía.

Los padres de familia reclamaban desesperados los hijos en las escuelas y colegios en medio del desespero y algunos hasta de lágrimas. Muchos niños y niñas también lloraban al imaginar la catástrofe. El temor se apoderó del pueblo.
Los policías hicieron ronda continua por todo el municipio diciéndole a la gente que no se dejaran amedrentar pero nadie les creyó. A las seis de la tarde todo el mundo se encerró.

Los comerciantes explicaban que no era por temor sino porque era mejor curarse en salud y no dar papaya. El cura encomendó su rebaño al otro pastor que invisible guía sus ovejas desde el cielo y canceló la misa. Ayúdate que yo te ayudaré era su consigna. Por las calles nada más se escuchaban las patrullas y motos de la fuerza pública de esquina a esquina de Yarumacondo.

No había a quien requisar, ni un alma circulaba las calles y el silencio era escalofriante. ¿O sería el frío del invierno? Más bien las dos cosas. Las bandas de sicarios y grupos al margen de la ley tampoco se atrevían a salir de sus guaridas temerosos de las otras bandas enemigas. De pronto la cosa era con ellos. Tal vez se habían surtido de mejores armas.


Ese “viernes negro” en Yarumacondo no hubo ni un robo, ni un borracho, ni sopladores en las esquinas, ni una pelea, menos un muerto. Nadie pecó ese día. El temor, inclusive, no permitió elevar la líbido de los pueblerinos y esa noche nadie hizo el amor. 



Por eso mismo fue que doña Petrona a eso de la una de la mañana llamó a sus tres amigas y con un tono suave e insinuante en su voz, como si quisiera que no la escuchara nadie más a pesar que se encontraba sola, a cada una le exclamó: “¿Si vió? ¡Yo le dije que algo raro iba a pasar!”. Luego se acostó a dormir olvidando volver a poner el despertador a las seis.

Comentarios

  1. Premonición cuento de Gabriel García Márquez. Nada que ver con Macondo. Pero muy buena la adaptación. Saludos

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