YARUMAL, DE VEREDA EN VEREDA

La conocí en las Fiestas del yarumo ¿Su nombre? Pues Rosarito, la de ese acento raro que se parecía al que usan en La Argentina

Eh Ave María si pasé a lo rico con ella en esas rumbas. Como era de una vereda y no tenía dónde quedarse la invité a dormir a mi casa y ella en agradecimiento me hizo ver La Estrella más radiante. No es que fuera una mujer fácil, por el contrario, me dió harta brega convencerla de que yo era más virgen que San Roque

Al fin se acostó a mi lado, al oscuro, y casi desnuda. Yo que no me aguantaba las ganas de proponerle…ustedes saben, hasta que creí que me iba a des Mallar-i-no, pues tan linda como era y con su piel tan suave, el deseo se me desplomó cuando la escuché roncar. Desde ese día la llamé La Bramadora.

¿Que si fue mía esa noche? Pues casi no la despierto con los puyones de mi Chuzo Pelao. Me refiero al zurriago que mantengo junto a la cama. Eso sí, de aquello nanai. Ni que me hubiera acostao con La Zorra de mi exnovia. Esa sí lo dejaba a uno Corcovado, escurrido y enseguida decía ¿el otro? Esa era tremenda ¿Que quién era? Pues La Gabriela, la que cañaba que era descendiente de José María Córdova y por eso era tan feliz con la bayoneta. ¿No se acuerdan? Hombe, la que tenía una cicatriz en La Ceja y que le encantaba vivir pegada de El Tabaco ¡Qué berrionda pa’ fumar!


El caso es que Rosarito y yo nos hicimos novios. Yo le declaré mi amor el día que la visité en su finca y allá, debajo El Cedro que hay en los pastizales, le entregué el anillo de compromiso. La Esmeralda era tan grande que le alumbraba la cara. Le dio tanta alegría que me agarró de la mano y me llevó Quebrada Arriba en donde estaba El Bosque y allí se me entregó por primera vez. 


Con eso libré parte del anillo. Pero no hay felicidá completa, porque cuando yo estaba disfrutando las delicias de Chorros Blancos Abajo la inoportuna gritó ¡Ay, gran #&+$µ¶, mi papá! Corrimos ahí sí como el dicho, a calzón quitao, y nos metimos a una cueva. Mi nuevo suegro, que era un poco miedoso, no entró a nuestro oscuro refugio y al sospechar que nos escondíamos allí gritó con la peinilla en la mano: «¡Desgraciado! Yo sé que ahí te escondés. Ochalí-s o te saco» Al cabo de media hora se cansó de esperar y se fue. Rosarito se echó la bendición y dijo: «¡Por el Espíritu Santo, San Antonio y Santa Rita, nos salvamos!»


El Pueblito en donde yo vivía quedaba a varias horas a pie de la finca de mi novia aunque La Loma pa’ llegar allá era escabrosa. En el camino, doña Teresa, La Teresita que llamamos, nos dio comida y bogadera. Allí amanecimos, tristes porque el papá de Rosarito le había dicho que el día que se lo diera a un hombre la mandaba pa’ la porra y ¡por Santa Juana la decapitada! yo no la iba a dejar sola. Él Lla-no la quería si es que era capaz de sacarla de la casa con amenazas.


Resultado de imagen de yarumalLa Siria que estaba decía todo, estaba triste. Esa noche dormimos bien y como la dueña de la finquita creyó que éramos esposos nos dispuso una cama pa’ los dos. Sin embargo cuando mi mano pasó junto a su Montebello de venus un codazo en la panza me hizo pensar que ese Mortiñal me lo debía comer otro día. 

En la mañana Rosarito se levantó con Ced-eño y le dije charlando que si quería una manzana pos-Tobón. «Bobo», me dijo, «¿Vos dónde ves tiendas por aquí? » Entonces le llevé un poquito de Agua-catal. La Teresita ya había montado el fogón con el desayuno. Para ayudarle le llevamos leña y le atizamos La Candelaria y le pusimos cuidado a La Pailita con los huevos fritos sentados en La Banca vieja y rústica que había al lado del fogón. La Cordillera se veía triste esa mañana, parecía que iba a llover.

Pero más amargado estaba yo al pensar en un futuro hogar al lado de Rosarito y mis hijos. Pensé que a mi primera niña la llamaría Lucitania, me gustaba ese nombre. Por Santa Isabel, cuántas cosas pasaron por mi cabeza esa mañana. Yo, un jornalero analfabeto, con Las Cruces de una orfandad encima. 

La Montañita se hizo cada vez más gris pero cuando vi sonreir a Rosarito mientras servía el desayuno con La Teresita, se me desapareció El Hormiguero que sentía en la garganta causado por la preocupación que me generaba el futuro. Ellas conversaban y sonreían y me miraban. Las palabras de Rosarito me sacaron de mi elevamiento: «Mijo, Cuivá-ito se me va sin comer pa’l trabajo. Doña Teresa necesita un trabajador pa’ su finca y nos ofreció su casa pa’ que nos quedemos. Así es que bienvenido a la finca Yarumalito». En ese sitio nos quedamos pa’ siempre. Y en ese punto fundamos un pueblo. Lo que pasó con mi suegro, mis hijos, La Teresita y los ronquidos de Rosarito se los cuento en otro cuento.

Comentarios