La foto de Íngrid

He cogido la costumbre de escribir en unas páginas de bloc que mantengo en el bolsillo de mi camisa. Escribo sobre lo que percibo en un momento determinado y en un corto tiempo. A esto lo he llamado Página en blanco. A veces son percepciones que se pueden describir con algo de jocosidad, otras, al contrario, dan cabida a sentimientos que marcan ese momento de nostalgias y sentimientos dolorosos.
Esta semana, no voy a describir el sitio, leí dos periódicos diferentes, uno el día dos de este mes, El Tiempo, y otro el tres, El Colombiano. El primero publicaba la carta que Íngrid Betancourt le envió a su familia y el segundo, una hermosa composición que le publicaron a un lector en la columna Yo Opino. La escribe Juan Pablo Orjuela y la tituló “la foto de la verdadera soledad”.
Me detuve un momento a ver la foto que se publicaba de la ex candidata presidencial y recordé también las imágenes del video que se mostró en los noticieros de televisión… desgarrador.
Volví a mirar la foto. Vi la tristeza sentada en medio de la selva esperando la picadura de una culebra venenosa… pude hasta escuchar un mosquito casi imperceptible en el papel, de esos que impregnan en la carne el virus de la muerte. Pude ver la tristeza, dirigiendo la mirada a esa tierra que espera pacientemente devorarla. En su carta Íngrid menciona “… todos los que aquí vivimos muertos”.
Observé el cabello que la baña. Largo, demasiado largo, tal vez para arroparse del frío de la esperanza… Sus botas pantaneras protegen sus pies de los tallos de las rosas que entapetan un sendero que no lleva a ninguna parte y por eso tal vez menciona en su carta que “su marcha es un calvario”.
Ahora me di cuenta cómo es la tristeza: como Íngrid. Veo la foto y pienso que la tristeza es más delgada que un suspiro porque se alimenta de la soledad que da la espera de la muerte o lo que es peor de un NO eterno. Sé ahora cómo se podría hacer una alegoría de la tristeza porque la estaba viendo, amarrada de sus manos con cadenas, mirando hacia la tierra que poco a poco convierte sus pies en raíces como el árbol que tomó la decisión de no seguir.
Íngrid, simbolizas para mi la tristeza, pero también la esperanza de que vendrán días mejores.

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