Una cerveza en Timoteo

Después de una buena tertulia que terminó a las diez de la noche bueno era un vueltón por el parque.
De los cuatro que íbamos yo era el que tenía más frío por aquello de que el frío cala hasta los tuétanos y yo, era al más flaco.
Mucha gente en el parque por ser sábado. Germán se inspiró por fin y resolvió invitarnos a una cerveza. ¿Dónde? Preguntó varias veces y como ni William ni Sergio respondían, le dije que nos fuéramos para el negocio de Teta.
El ambiente allí es muy agradable para los jóvenes y para los catanos como yo que aún suspiramos con clásicos de la balada de los setentas y ochentas. Claro que yo quería escuchar una canción más moderna: “volver a empezar” de Alejandro Learner.
Nos sentamos junto a los ventanales que dan a la calle, pero decidí darle la espalda al frío y observé el interior del local.
Es un espacio acogedor para los sardinos y para los viejos gomelos como yo. Los jóvenes que allí había no se diferencian en nada de los de todo el mundo: quieren ser diferentes vistiéndose de lo mismo. Por eso no me extrañó que en la mesa de al lado hubiera un muchacho con una cachucha, no sé para taparse de cuál sol. Otro, más atrevido, tenía puesto en la cabeza un reencauche muy raro: un gorro de lana que no se sabía si era de los que usa el Chavo o Papá Noel.
Mis tres amigos seguían conversando pero no supe de qué porque los decibelios hacían más bulla.
Llamé a Nebardo, el mesero de pila de Timoteo, y le pedí la canción que me gusta escuchar allí. Aproveché para encender un cigarro. Al frente mío, una inmensa fotografía en la que se ve el puente Golden Gate y en segundo plano las hermosas Torres gemelas, de pie, antes de ser obligadas a arrodillarse por dos minúsculos aviones. Al fondo, un entresuelo o mezzanine que llaman, donde el parche es mirar para abajo quién entra y quién sale, parece hecho para solitarios. Y en la barra, Ever, el dueño del negocio, más conocido como Teta. Un luchador humilde que se gana la vida vendiendo trago y no se toma ni uno. De los pocos yarumaleños que conozco que camina en tres pies no para llegar primero sino para demostrar que hay que saber llegar, pues él ha alcanzado sus metas y es un ejemplo de superación para algunos como yo que todavía cojeamos.
Por fin escucho la canción. Yo la llamo el himno de la persistencia, porque es el himno de los que nos acostumbramos a equivocarnos y que siempre esperamos otra oportunidad. Me encanta el mensaje, porque yo he empezado varias veces luego de haber caído otras tantas. Medito sobre los mensajes de la canción:”volver a empezar que aun no termina el tiempo”; “aun no se acaba el juego”; “queda mucho por andar”; “mañana será un día nuevo bajo el sol”.
Volteo la vista y miro por el ventanal. Al frente, el Pasaje Comercial Horizontes. Miro el logo y pido perdón a Cano porque no se sabe en el dibujo qué es lo que la señora tiene en los brazos. Buena panorámica de fritos y comidas rápidas se percibe desde allí arriba. Mirar para abajo me da hambre.
Muchos jóvenes y jovencitas hermosas. Me fijo en las últimas. Sigo mirando la calle. ¡Eureka! Ya sé por que la llaman la Calle del Pecado. Porque el único pecado en esas cantinas y tabernas es no beber, no fornicar, no desear la mujer del prójimo…

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