El espanto del Asilo

Yo de todas maneras no me había tragado el cuento ese de que en esas faldas del Asilo había un espanto que salía en las noches y se escondía en una de esas montañas cercanas. Pero Rubén Elkin insistía en que la gente lo había visto y aseguraba que se trataba de una guaca.
Por eso no nos dio sueño tan fácil este viernes santo cuando decidimos adentrarnos en los misterios del más allá y a las once y quince de la noche salimos desde cerca del parque rumbo a lo desconocido. Eso sí, Humberto al ver que éramos cinco y como si él iba ajustábamos un número par, y los espantos no le salen sino a los impares, entonces sacó la mano y se fue dizque a visitar sepulcros con don Rodrigo el profesor. ¡Qué va ¡ Eso era que tenía pereza de trasnocharse, pues ni cuando era celador en la noche en el palacio se trasnochó.
Hacía casualmente una luna llena que iluminaba bastante. Me acordé de “Farolito”, el tango aquel. Claro que Gabriel fue más prevenido y como nadie llevaba linterna se cargó una lamparita de esas de escritorio que más bien parecía un micrófono de esos de los del Senado. Y nosotros que creíamos que en ese bolso había panes o algo parecido y era para llevar su pequeña linternita.
A las once y cuarenta y cinco llegamos a un sitio en donde dizque han visto esconderse el fantasma ese y me quedé de una pieza cuando vimos el gigantesco hueco que están haciendo unos guaqueros. Sin mentirles, yo cabía casi erguido, y es de unos diez metros de hondo por uno de ancho y, en el fondo, han escarbado hacia abajo y luego vuelve a voltear quien sabe hasta dónde porque me dio culillo seguir y como los cinco estábamos adentro me imaginé que esa vaina se derrumbaba y que nos quedábamos atrapados, entonces salí apenas se me pusieron los pelos de punta. A esa sensación los psicoanalistas la llaman claustrofobia. Al salir pude observar mejor el tremendo hueco, peor que los de Medellín. Si estos pacientes guaqueros no sacan oro de allí, al menos quedará una buena obra de ingeniería mejor que el túnel de occidente y que conectará a Yarumal con Cedeño.
A las doce en punto nos sentamos a esperar al amigo de Gasparín y ya a lo último hasta Sergio creía que veía unas luces en la cima de una montaña. Gabriel pedía a gritos que si no aparecía el fantasma que al menos una bruja para tener algo qué contar, y nada. A la una de la mañana encendí mi radiecito, aburrido porque al pendejo de Rubén le dio por decir que a los envidiosos no se les aparecía y yo ya estaba maquinando cómo tumbar a mis amigos si encontrábamos la guaca. Como nada que salía intuí que mis otros amigos estaban pensando lo mismo y por eso el espanto ese día tampoco trabajó, como la mayoría de los colombianos en los viernes santos. Por que es que el trabajo de un espanto es salirle a alguien sin oficio que vote noches de ilusión abriendo huecos, esperando encontrarse el esquivo dorado para hacer realidad sus sueños. Será por eso que no los ven si no los pobres. Meditaba sobre lo anterior cuando me imaginé la cara del fantasma como las de las películas de terror y un estruendoso ruido me sacó de mi letargo. “¿El fantasma?” -Pregunté asustado-. “¡Qué va!” -Dijo Caliche- “un berraco caballo que casi nos hace dar un infarto”.
Me vine muy aburrido por no tener nada qué contarle a mis nietos algún día y ¡eureka! Caí en la cuenta el por qué el desgraciado no salió: porque un espanto no se le aparece a otro.

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