Un paseo de reyes

Los pobres somos así.
En Yarumal es muy común que mientras los ricos se ganan la lotería, los pobres, por ser cumplidos en las cuotas de créditos con los bancos, nos ganamos la rifa de un cobro jurídico.
Todo empezó cuando me quedé sin cinco en diciembre ya que descontaron la cuota de un cobro jurídico que me interpuso la Cooperativa de Yarumal, porque me retrasé en las cuotas de un préstamo. Ah, y si no tenía con qué pagar en esos días y no me aceptaron un abono… ¡Tráquete! “Entiéndase con el abogado”, fue la respuesta. Este me dijo, vea señor, lo que pasó fue que que fue que que … por lo tanto firme aquí… en fin toda esa carreta para sedarlo a uno y no sentir tan duro el guarapaso. ¡Dónde quedará el cielo de los abogados!
Ese día que me descontaron esa cuota decembrina me senté frente al televisor a pensar en lo capitalistas que son los bancos y las cooperativas. El cliente es mirado como una mercancía. Pongo cuidado de las noticias de las siete y ansío ser pirata para ver sólo la mitad de las atrocidades humanas. Descansé un poco. Lo que habían hecho conmigo era nada comparado con las violaciones, secuestros y asesinatos que veían mis ojos. Me consolé.
Mis hijos sufrieron las consecuencias de mi bolsillo esquivo de billetes, pues les dije que los aguinaldos se los iban a traer los reyes magos el seis de enero. Mi abuelita Enriqueta Mazo, nos decía eso cuando “el Niño Dios no veía el número de la puerta” y siempre le funcionaba.
¡Salvado por la campana! El cinco de enero mi familia programó un paseo para Mallarino y aunque dudé en ir por falta de dinero pensé que con eso se les olvidaría la deuda de Melchor y sus amigos. ¡Claro! Ahí tendrían playa pa’ rato.
En estas temporadas, mientras los ricos disfrutan de las costas colombianas y los paisajes del Eje cafetero, los que somos estrato uno nos regocijamos sentados en una piedra del río Nenchí viendo cómo se deleitan los niños, y viendo las “niñas” también. Ese día, sábado de sol, los reyes magos me trajeron el regalo fue a mí: la alegría de los niños. Las familias se congregaban como un ritual a ver sus niños jugando con la arena tibia y el agua fría.
Entonces pensé que las risas de los niños habían sido creadas por los castillos de arena en las riveras de los charcos. Me pregunté cómo hacer feliz a un chiquillo y descubrí que ellos viven otro mundo que los adultos no vemos. Ponle un madero a una luna llena y verás cómo goza un niño con una colombina. Comprendí que se necesitan pocas nubes para que ellos hagan con el firmamento una despensa de helado y solamente dos horcas de las que usamos los adultos para que un niño haga un columpio. Un avión, para los ojos de un infante es una simple cometa a la que se le rompió la cuerda y ni qué decir de los barcos que navegan en una cubeta de mar.
Entendí que hay muchas formas de hacer feliz a un niño, aparte de los regalos (estimado lector tome atenta nota): unas gotas de amanecer en los ojos de los infantes les ayuda a buen dormir y los obliga a soñar con hadas. Lo mejor para motivar al juego son dos cucharaditas de sol en ayunas y la más importante: nunca se quite la máscara de arlequín delante de ellos.
Al día siguiente, seis de enero, los reyes magos me trajeron el regalo a mí, un manojo de puertas para abrir unas llaves. Las llaves de mi corazón. Ese día comprendí que los niños no necesitan regalos materiales, sino un poco de arena, otro tanto de sol y tiempo con y para ellos. Abuelita, que sabia eras.

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