Ver o no ver. He ahí el dilema

Más o menos a las ocho de la mañana Iván se levanta para irse a trabajar. Tiende su cama, desayuna y lava los trastes con cuidado. La mamá ya tiene listas las panelitas, las cuales Iván envuelve para salir a venderlas en las tiendas de Yarumal o a quien se antoja de una de ellas. También vende otros mecatos caminando por las calles de todo el pueblo.
A eso de las cuatro de la tarde se dirige a su casa en al barrio Santa Matilde, hace el balance de sus ventas y se pone su uniforme para irse a estudiar al nocturno de la Institución Educativa de María. Cursa el grado décimo.
Todo lo anterior parecería una historia normal de una persona cualquiera, si Iván no fuera invidente de nacimiento.
Nacido en San Andrés de Cuerquia, en la vereda Guayabal recuerda que su primer bastón fue su mamá, de quien se aferraba para salir al pueblo. Luego, más grandecito, se consiguió un bastón de un palo de café.
Cuando su familia decidió viajar a Yarumal a Iván le tocó pedir limosna para llevar algo de comida a su casa. Entretanto, solicitaba trabajo en los negocios, porque no le gustaba pedir, pero le respondían que “si no había trabajo para los que veían, menos para un ciego”.
Con ganas de salir adelante a pesar de su limitación se fue para Medellín y aprendió el braille en el Instituto Nacional para Ciegos de Medellín. Empezó así a estudiar el bachillerato, e hizo en Bello en un colegio académico, hasta el grado noveno. Allí, también hacía sus ventas, para sostener los pasajes y los casetes en los que grababa las clases.
Cuando apareció a principio de este año en la oficina del coordinador del Nocturno para pedirle un puesto para estudiar, Francisco Vásquez, no le creyó y lo citó a una reunión con doña Alba Luz Londoño, la rectora, al día siguiente. Llegó puntual y con los papeles de sus grados de estudio aprobados y con muy buenas notas. Se quedaron de una pieza. Iván estaba preparado para recibir clases, pero los profesores no tenían experiencia en la transmisión de conocimientos a un limitado visual.
Sin embargo, Iván Alfonso Mazo Chavarría no tiene cinco sentidos, tiene nueve: su sentido del olfato es el doble que el de una persona “normal”. También oye el doble y siente el doble. Mientras nos tomábamos un tinto en la cafetería La Fauna, me dijo que estábamos cerca de Calzado al Piso porque sintió el olor. Cuando fue a cancelar los mecatos en la Dulcería NBC, pagó con monedas que palpaba entre las yemas de sus dedos. Y de su extraordinario sentido del oído no exagero al decir que se orienta con el sonido que produce su varilla sobre el piso. “Todo tiene su propio sonido”, dice. Y por eso es que le va tan bien en el estudio.
En las clases se sienta junto a la puerta en la primera silla. Con su uniforme impecable abraza la chaqueta y dirige sus ojos al suelo. Sus oídos y su memoria trabajan mientras el profesor Jorge Pulgarín habla del liderazgo que debe poseer un personero de los estudiantes. Sobre su silla no hay cuadernos. Al terminar la clase le pregunta al profesor si un cuatro es una nota buena. Jorge le dice que corresponde a un sobresaliente. Estaba triste por esa nota.
En los descansos se queda en el salón y una vez le dijo al profesor de educación física que si le metía al balón de fútbol unos cascabeles les empacaba varios goles.
Hace poco no hubo clase debido a una reunión que tuvieron los maestros y al día siguiente le dijo al profesor “me hizo falta estar con ustedes. Yo quiero mucho el colegio”.
Jorge Pulgarín comenta que Iván goza con su limitación. A veces se le escucha diciéndole a otros “¿cuánto hace que no te veía?”. O cuando se encuentra con don Ángel, otro señor ciego y se despide expresándole un “más tarde nos vemos”.
Los demás estudiantes manifiestan respeto hacia él. Cuenta Pulgarín que cuando presentaron a Iván al grupo pidió a los estudiantes colaboración para que pudiera grabar las clases, además porque a los invidentes les estorba la bulla. Tal vez por eso es que Pacho Vásquez dice que el grupo mejoró en disciplina desde que Iván llegó a él.
En estos momentos Iván está esperando conseguir los $ 25.000 que le hacen falta para comprar otra grabadora porque la que tenía ya no le sirve. Por eso se vale ahora de su memoria. “Tengo muy buena cabeza”, dice mientras se ríe. No en vano sueña con estudiar una carrera universitaria.
Pisando fuerte al caminar, este personaje que el 9 de marzo cumplirá 39 años, se dirige lento pero seguro, hacia sus metas. Iván, cuando el camino se pone duro, los duros como tú, se mantienen en el camino. Eres un ejemplo de superación para los que no ven qué camino tomar; para los que creen que no habrá días mejores. No entenderás qué es la luz, pero tú eres la luz de quienes te conocemos.

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