Yarumal por lo alto

Mi señora madrugó este domingo pasado a despacharme la coca con un preparito (no sean mal pensados).
Salí a las carreras de mi casa y eran las siete y cinco cuando llegué al parque. Los caminantes, vestidos con camisetas blancas, calentaban. No me sentí incómodo porque habían varios conocidos en el grupo.
Desde hacía un mes don Jesús Posada y don Jairo Ortiz me habían hablado del club de caminantes Por un yarumo nuevo y desde ese día esperé la fecha para salir por las montañas de mi pueblo.
Me entregaron una fotocopia con un plano del recorrido que se iba a hacer. Cuando vi las torres de la Marconi me imaginé la bajada y maldije entre dientes el no haber traído otros zapatos.
Planeando las montañas por un sendero ecológico camino al Parque Recreativo pensé que eso era pan comido. La luna al occidente no quiso dormir de día y se veía resplandecer, coqueta, encima de una línea blanca dejada por un avión. De una casa salía un delicioso olor a aguapanela en leña.
Me dio envidia de no poder jugar fútbol cuando pasamos por las canchas del Preventorio. Se jugaba un partido a esa hora. Pero, pobre de mí, empezó el ascenso por un sendero repleto de pino pátula y mis zapatos resbalaban en el tapete color café de las hojas. Menos mal Hernán Vargas me había prestado un bastón espanta perros para sostenerme. El paisaje hermoso y los sonidos de los insectos y pájaros me hicieron dar vergüenza de que en mi bolso llevara un radio.
Don Libardo Vásquez marchaba de puntero amarrando cintas naranja fosforescente de los arbustos para que los que íbamos más atrás no nos perdiéramos. Don Elías Agudelo, sin embargo, trazaba flechas con cal en las bifurcaciones de los caminos señalando por dónde agarrar; por eso le decían el flechero. Don Jesús Posada, entretanto, se quedaba de colero recogiendo las cintas que dejaban los punteros. Éramos alrededor de cincuenta caminantes y yo iba casi de los últimos. Seguimos trepando hasta que llegamos a la cima de una montaña desde donde se veía Mina Vieja. Allí era un punto de encuentro. Cuando logramos llegar todos, se dio la bienvenida a los integrantes nuevos, entre ellos yo. Cuando mencionaron mi nombre acaté sólo a levantar la mano porque la lengua la tenía de corbata. Aprovechamos también para cantarle el feliz cumpleaños a don Blas Adolfo Pulgarín que estaba de plácemenes ese día. Y seguimos la marcha.
En esas montañas se siente el fresco olor del verde, pero hay para todos los sentidos. Los ojos se deleitan con el paisaje y los colores de las flores. Los oídos con el trinar de los pájaros y el tacto es el único que sufre con el descarado sol que no perdona y con los sedientos zancudos y mosquitos que no encontraron nada que comer en mi atlético cuerpo.
Cuando íbamos de bajada, luego de pasar por las torres y parabólicas de la Marconi, no pude contener las ganas de sentarme a contemplar a Yarumal. La iglesia de La Inmaculada, haga de cuenta una pirámide de Gizé y ni qué decir de las cúpulas de la Basílica. La troncal, como un río que desemboca en todas partes. Desde allí, a la altura de los gallinazos, Yarumal se ve plano y las personas parecen hormigas (añoré una lupa). Además me di cuenta que posee un sonido propio. Seguí bajando y hechizado por tanta belleza me dio lástima pisar un insecto que ignoró mi presencia.
Caminar es más que un deporte. Y aunque el recorrido duró cinco hermosas horas y mis pies se negaban a seguir, prometí volver a realizar otro circuito paisajístico con este club, en donde se nota la organización, el trabajo en equipo y el amor por la naturaleza.