Caballero andante perdido

Y cuando don Quijote se despertó, comido por los zancudos, sintió que el frío también se lo devoraba. Se encontraban cerca de la entrada a Yarumal, al lado de un puente de adobe que hacía arco al río Nechí. Dos hamacas colgaban de unos siete cueros y a Sancho se le escuchaban sus ronquidos hasta en el Seminario Cristo Sacerdote.
-Sancho, despierta que se nos hace tarde. Además, tus ronquidos de gato angora no me dejaron conciliar el sueño –dijo a su escudero.
-Señor, mal hizo usted en pararle bolas a mi pescuezo -increpó Sancho, malhumorado por el frío.
-Mi fiel escudero, no hables así que te tiras el lenguaje.
-Señor, parece usted de la Academia –argumentó Sancho para contentar a su amo.
-Sancho, ¿me crees tan bruto?
Y después de este breve alegato, pusieron las monturas a Rocinante y al rucio y continuaron su marcha detrás de un bus que tenía un letrero que decía Medellín – Yarumal. Pasaron al lado del Seminario de Misiones y admiraron su arquitectura.
-Mi fiel escudero, date cuenta que parece el estilo gótico de la catedral de Astorga, la que queda en la provincia de León, en nuestra sin par España. ¡Ah! –Y señala con su lanza el poblado yarumaleño- Pero apúrate que en esta villa nos esperan grandes aventuras. ¡Sí! Tal vez aquí esté escondido el Caballero de los Espejos y esté dispuesto a batirse conmigo en franca lid.
Subieron la calle Semisiones, luego cruzaron por la avenida principal, hasta que llegaron por fin al parque Epifanio Mejía.
Don Quijote, haciendo ademanes exclamó:
-¡Qué mentirosos! Yo leí que esto era un parque, que dizque era una belleza de no sé cuántos millones y que había sido bendecido por el mismísimo obispo de la Diócesis…
-En verdad señor, esto no parece parque, más parece plaza de ferias –repuso el escudero.
- Mi estimado amigo -dijo el Quijote un poco emocionado- creo que es el momento de ir a la alcaldía. Como es época de elecciones nos deben recibir muy bien y quizás hasta nos den desayuno.
Avanzan hasta la alcaldía, pero antes de llegar don Quijote se desmaya por una oleada de mal olor que de allí salía. Sancho alcanzó a aliviar la caída del caballero.
-Vámonos pronto de aquí, huele a podrido –manifestó don Quijote arreglándose el yelmo.
Y se alejaron un poco, llevando sus monturas del cabestro.
-¿No sientes ese nuevo olor?
-Es levadura, señor. Pasamos junto una panadería.
-No, hombre, es un olor distinto, muy especial. Vamos tras él, sigamos su rastro.

Don Quijote, como un perro amaestrado, de cacería y oliendo el aire, se dejó llevar por el presentimiento de su olfato. Olió las paredes, los postes, el taller de electrónica de Ramón Cruz, el consultorio del doctor Homero Londoño, los ventanales de Casa Olma, se detuvo un momento en el alquiler de películas, volteó en la esquina y siguió bajando la calle y más agitado a cada instante llegó al local siguiente.
-¡Por fin! ¡Por fin! –expresó don Quijote mientras se montaba en Rocinante- Sancho, arréglate la pinta, ponte digno y límpiate las manos, métete la camisa y móntate en tu borrico, abre tu mollera y afila la vista que vamos a entrar al sitio más sagrado e importante de esta fría comarca.
-Hay gente adentro, señor. Son casi niños los que hay…
-¿Y qué tiene? Hazme caso Sancho, esta es una cuestión de vida o muerte. O nos metemos o nos absorbe la rutina del mago Freston, que en este imperio colombiano debe ser made in usa.
-¡Por Dios, señor, no se meta con el Presidente!
-Entremos Sancho, entremos…
Hízole caso el escudero y los cuatro ingresaron por la ancha puerta, vieron el busto de Cano, luego entraron a la biblioteca, revisaron el fichero y observaron una fotografía del cerro El Boquerón, donde fue la batalla de Chorros Blancos.
-Mira bien esta foto Sancho, que en esa montaña se libertó Antioquia con el filo de la espada del caballero andante José María Córdova. ¡Ah! No quisiera haberme batido en duelo con él, -y sacó su espada haciendo gestos de lucha- ¡pero otra sería la historia si yo, el Caballero de la Triste Figura, campeador en cientos de batallas contra gigantes y molinos de viento encantados, hubiera participado con el ejército español en la reconquista de estas tierras!...
-Don quijote reaccionó lentamente al darse cuenta que estaba llamando la atención, mientras Sancho tosía quedamente, como si pidiera disculpas a los presentes.
-Señor, vamos a los estantes, que si mal no estoy, es allí donde usted se quiere dirigir.
-¡Uff! Cómo podrán concentrarse estos jóvenes aquí con semejante frío. Haga de cuenta un hospital… Hay muchos libros. Veamos si encontramos lo que buscamos, si no, tendremos que dirigirnos a otra biblioteca.
-Hay varias enciclopedias y diccionarios…
-No te fíes de ellos Sancho, hay que tener mucho cuidado porque a veces enredan.
-Señor, de lo que más hay es de política y de religión.
-¿De cuál política sancho?, porque si es de la buena es obligación cultivarla. El resto ojalá se lo comiera Rocinante y tu jumento. Si no mira que pocos libros hay de música y de pintura.
-¿Qué le ocurre señor don caballero? Lo noto muy ansioso.
-Estoy feliz, Sancho, pero no encuentro mi libro favorito.
-¿Cuál, señor? ¿Acaso será de literatura?
-Estás tibio Sancho.
-¿Tal vez sea una novela?
-Sigues tibio Sancho.
-¿Española y de caballería, señor?
-Exacto. Ahora estás caliente. Pero sigamos buscando, mi fiel amigo.
-¿Qué tal si hubiéramos entrado a la tal alcaldía, señor?
-Se habría cometido un grave error, allá tan solo debe haber papeles inoficiosos de trampas legales, recibos, cuentas y facturas, falsificaciones con sello, etcétera. Me hubiera mareado otra vez. Creo que el olor de allá no es como el de la guayaba. Según he leído es como mortecina y puede infectarle a uno los pulmones.
-¿Qué está diciendo?
-Tengo la excusa de estar loco, Sancho, tranquilo. Busquemos nuestro libro y dejemos de un lado ese tema tan escabroso.
Y continuaron buscando el tal libro de caballería, pero nada que lo hallaban. Hasta que Sancho, el de la panza, exclamó saltando en un pie:
-¡Aquí está! ¡El mejor libro de la lengua española!
-Déjamelo ver Sancho, pronto… Qué desgracia, ésta es una pésima versión y además es incompleta, pero es el único que hay. Preparémonos ahora. Sí, Sancho, tú con tu rucio, yo con mi Rocinante. Debemos emprender el viaje de retorno pues ésta no es nuestra comarca ni este es nuestro imperio. ¡Ohhh! ¡Andando animales! -Grita feliz- Debemos viajar antes que el mago Freston nos fusile.
A lo que Sancho se quita el sombrero y lo bate entusiasmado gritando “¡Vamos, vamos borriquito!” y el Quijote hace lo mismo con el yelmo diciendo a todo pecho “¡Vamos, vamos caballito!”.
Y así termina esta nueva aventura del sin par don Quijote de La Mancha y su fiel escudero Sancho Panza por tierras yarumaleñas, pues muy felices se metieron en el libro que tanto habían buscado: El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes.

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