A minutos de la subsistencia

Paso muy a menudo por el andén, zona de vida del pueblo. Y me refiero a la vida que simbolizan las mujeres. Pero a las mujeres que pesan por su sacrificio, por el ejemplo que dan a quienes luchamos y luchamos y a veces nos sentimos vencidos por las oportunidades.
A esas mujeres que no se han dejado someter por los altibajos que da la vida, dedico esta columna. Las que venden las distancias en celulares, haciendo un carrizo de dignidad, sentadas en unas pequeñas sillas a lo largo del andén.
Entre la esquina de La Antioqueña y la del Palacio Municipal hay trece vendedores de minutos, de los cuales diez son madres cabeza de familia. Le venden los minutos a los propietarios de los celulares que compran planes que ellas no pueden comprar. ¿Por qué? Porque para acceder a un plan les exigen un trabajo estable y cuentas en los bancos. Cosas con las que no “cuentan”.
Los dueños de los telefonitos, manicruzados en sus casas, con los controles de sus televisores al lado de sus nocheros, parten con ellas las ganancias por mitades. Y ellas, las heroínas de esta historia (no quiero decir que los malos sean los primeros, pues a la final, fomentan el empleo), trabajan entre nueve y diez horas diarias, sin descanso, para ganarse menos del mínimo. La ganancia de una de ellas está alrededor de los $ 300.000 mensuales. “Antes sí nos ganábamos el mínimo” me dijo una de ellas que no quiso que mencionara su nombre, “pero ahora hay mucha competencia” añadió. Y continuó explicándome que, inclusive, a veces se presentan discordias por la envidia. “Antes nos ayudábamos mucho”, concluyó.
El descanso de estas batalladoras lo destinan a su antojo. Por ejemplo, los domingos en las tardes. Mientras menos trabajen, menos plata. Nada raro en un país capitalista. No tienen seguridad social, no saben de pensiones y el único subsidio es el SISBEN.
Algunas tienen hasta ocho celulares de cuatro dueños y llevan en ese negocio seis o más años. De ellas, hay una que tiene tres hijos y su esposo murió. Otras, abandonadas por quien les prometió amor eterno les duró un par de hijos y, cosa rara, se fue porque se le acabó el amor.
Manejan dos turnos de trabajo, como en cualquier empresa que se respete, lo cual quiere decir que no son diez las guerreras, sino que son veinte, más o menos.
Las empresas certificadas con sus RUT y NIT en este espacio que menciono son dos: una de COMCEL y otra de GLOBAL. En ocasiones les han “puesto problema” porque las guerreras de los minutos se ubican en las entradas de sus negocios, pero ellas le hacen más caso a la necesidad, y arrogantes, esperan un fallo judicial. El cual no se dará porque la exclusión está a sólo un minuto, y ellas son expertas en ellos; porque la igualdad se puede formular en un plan de gobierno incluyente, y ellas son expertas en planes. Además, porque la competencia la hacen con los precios de los minutos que venden: a lo mismo que los ofrecen estas empresas de cabinas bonitas. Eso se llama competencia leal.
¡Ah¡ Y si las protagonistas de esta historia pecan porque invaden el espacio público, les comento que sí. Porque:
Sí trabajan dignamente. Y eso tiene que ver con lo público.
Sí prestan un servicio con el don de gente que da lo público.
Sí sostienen sus familias con el público, que es su clientela.
Sí, todos las conocemos, y eso las hace públicas.
Sí, son importantes para la historia de Yarumal y por lo mismo mi sentimiento hacia ellas, que es el de muchos, es una emotividad pública.
Para ellas y por ellas, esta columna se publica, para que sea pública.

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