PLATA MUERTA

En un coche fúnebre que rodaba lentamente alguien hacía su último viaje hacia el cementerio. Detrás, el cortejo fúnebre y varios taxis amarillos cargados de dolientes también se desplazaba lentamente retardando el adiós. Pero la historia de los muertos no empieza allí en el lote de 190 x 60 x 60 centímetros, en donde se paga un arriendo de cuatro años. Empieza en vida. Y como desconocía ese proceso de la vida alegre a la muerte triste, me fui para una casa de funerales, antes de que me coja la pelona de la sonrisa perpetua sin averiguar el negocio que harán con mis 50 kilos de huesos, cuando, Dios no lo quiera, yo me muera. En vida hermano, en vida.
Tal vez no guste el término que acabo de utilizar de que la muerte es un negocio, pero cómo les parece que me confirmaron que sí.
Hasta hace pocos años, en el apogeo de los carteles de la droga, los muertos eran intocables y más si al difunto lo habían mandado al papayo a la fuerza. Esto en el lenguaje científico se llama muerte violenta. Cuando la gente se muere porque se le olvida respirar lo llaman muerte natural. Claro que en Colombia morir de un pepazo en la cabeza es muerte natural. Qué cosas.
En esa época los difuntos eran enviados a su tierra en cofres sellados y ¡ay! del que violara la intimidad del cadáver. Los narcotraficantes que se las ingeniaban para sus negocios aprovecharon esto y crearon mutuales en todo el país para transportar maizena en los cuerpos inocentes de los muertos. No en todos, no se preocupe. Ahora la cosa es distinta, las leyes cambiaron y los carteles “se acabaron”.
Vuelvo a lo de la muerte como negocio porque si usted cada mes, sin retraso, paga la cuota de su servicio exequial, esa plata genera unos activos para la empresa que decora el muerto, los que hacen los tintos para los dolientes, los que hacen el cajón o cofre que suena más bonito, los del cortejo, las veladoras, la misa, el lote, osario, en fin, ¡qué problema uno morirse!
Y es que el problema empieza cuando uno se muere sin avisar. Si está a paz y salvo con el seguro, ni vivos ni muertos se preocupan porque la casa de funerales se encarga de todo, hasta que lo empacan a uno en el hueco. Pero si se quedó atrasado en las cuotas, sólo tiene derecho a un pequeño subsidio que le cubre alrededor de $ 200.000. Si no está afiliado a seguro alguno, lo único seguro es pagar los dos melones que más o menos vale un entierro digno. ¿De qué? De casi nada. Un cajón barato vale $ 300.000 y un cofre caro $ 800.000. Y a eso súmele certificado de defunción, movilización del cuerpo, laboratorio y tanatoprasia. ¿Tanato qué? Prasia. Esto es la momificación del cuerpo. Que primero la hacían a punta de cal y formol y ahora, en la modernidad la hacen con químicos inyectados que retardan la descomposición por las horas que el cliente lo solicite (me refiero al vivo). Antes se encartaban con las tripas y las enterraban hasta en solares destinados para ello. Ahora no hay necesidad de extraerlas. ¡Puf! qué consuelo.
Y vuelvo a lo del negocio. Un lotecito para cuatro años vale $ 380.000. Una misa de exequias, la bobadita de $ 65.000 (la normal cuesta entre 20 y 30 mil pesos). ¿Qué no es un negocio? Pero eso no es nada. Jáiver Londoño, coordinador de servicios de una de estas empresas, después de la velación de un cuerpo tuvo problemas con un cheque y no contaba con efectivo para pagar la bóveda en el cementerio de El Carmen, era domingo, y apesar que es cliente permanente de allí (no porque se muera muy a menudo), el sacerdote le dijo que sin plata no había entierro. Jáiver le insistió que le colaborara, que luego le cancelaba y la respuesta fue que “los negocios no son de Dios, son de la tierra”. Bueno, el señor Londoño siempre se las arregló y consiguió el dinero de la bóveda prestado, para alivio de los dolientes, del difunto y, evidentemente, del cura.
Y volvamos al cuento, porque después del entierro la cosa no se acaba. A los cuatro años hay que volver por los restos y la destapada, la misa y la otra tapada en el osario también valen. ¡Válgame! Y si el muerto se momificó, vuelva y tape, pague otro año de arriendo del lote, y “como todo sube” dice el padre, “ahora es más carito”. Al año vuelva y destape y si aún hay momia, hay que voliar serrucho y esa “serruchada” también vale, y el resto del proceso.
En resumidas cuentas. Si usted desea dormir eternamente tranquilo hay que pagar el seguro exequial, para que otros no hagan negocio con lo que queda. Si quiere ahorrar después de muerto, hay que autorizar la cremación. Y si no se quiere morir, siga rezando para que encuentren la piedra filosofal, la fuente de la eterna juventud. En caso que no la encuentran, le doy un consejo para que siga vivo, si no eternamente, por lo menos por un largo tiempo: escriba un libro.

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