Del verbo barrer

Suena raro el gerundio que se puede hacer al verbo barrer: “barriando”. Se entendería como el ir de barrio en barrio. Por eso me extrañé cuando en el Sueño Norte pasado se hacía alusión a un evento que se iniciaría en el barrio La Cabaña y que se realizaría cada mes en un barrio diferente de Yarumal, liderado por Cerro Azul Estéreo. A este evento lo denominaron Barriando.
Sentí curiosidad por ese nombre y jugué con unas palabras: barriando, va-arriando, variando, barriendo, va-riendo. Creo que es un nombre muy sugestivo. Pero para estar seguro de lo que se haría en dicha actividad pa’llá me fui el sábado.
El evento contaba con una buena logística: tarima, buen sonido, decoración… Y en una de las esquinas de la placa polideportiva dos ollas gigantescas con sancocho. Y trabajando como hormigas todos los integrantes de Cerro Azul.
Como todo evento que se respete, el festival Barriando empezó con una misa. Pero esta fue diferente, comparada con las pocas a las que me ha tocado ir. Ustedes saben que no soy muy amigo de las ceremonias religiosas (voy cuando me toca), ni de la columna Hacia adentro de Luis Humberto Agudelo (y sin embargo las leo).
La ceremonia religiosa fue oficiada por un sacerdote de nombre Jhonny. Todo un talento. Con sólo una organeta y un micrófono montó severo show. Cantó, oró, leyó la Biblia y se daba el lujo de tirarse uno que otro chiste como: “el que no aplauda es porque tiene pecueca o grajo”, o este otro: “dos pesitos de volumen”. En una canción conocida como Vamos a bendecir al Señor pedía a los presentes un “alcemos las manos” y la gente, obediente, lo hacía.
Ese día lluvioso ocurrió un milagro en el barrio La Cabaña. Una nube gris y triste, al ver la alegría de estas personas, se fue a llorar a otra parte y entonces salió el sol, justo en el momento que el padre y su coro de feligreses entonó “Gloria, gloria, aleluya”. Extasiado, como cuando estuve en un culto de una iglesia cristiana al que le hice una crónica, no había caído en la cuenta que la gente a mi lado se ponía sus gorras y sombreros cuando la misa terminó y yo, inculto, “pequé” por ignorancia e instintivamente envié mis manos a la cabeza. Claro, allí estaba la gorra impertinente encima de mis tres neuronas. La ignorancia es atrevida.
Tiempo hacía que no me encontraba con tanta gente reunida de la parte alta del barrio. Hemos estado congregados en otras ocasiones cuando hay alguna asamblea de la Junta de Acción Comunal, o en los pocos festivales que se han organizado para recaudar fondos, o en campañas para alcaldías y concejos, cuando los candidatos van a prometer que ahora sí se va a construir el parque infantil en el lote baldío que hay junto a los Mesa.
Participamos en varias actividades porque hubo aeróbicos dirigidos por mi hermano Hugo, sancocho (que no me tocó por pendejo) y hasta hice fila para hacerme peluquiar de los integrantes de la Academia Adiela, pero salí despavorido por el temor que le tengo a la maquinita puesta en la uno.
Los niños felices montaban en el inflable del Índer y luego se gozaron la piñata que Cerro Azul les llevó con regalos.
Disfrutamos, inclusive bajo una leve llovizna, de una muestra cultural con personas del barrio en la que no podía faltar el baile de “Las divinas”.
Al finalizar el evento Fernando Espinosa entregó 80 mercados a gente necesitada. Cuando le pregunté que de dónde habían salido me dijo que “alguien” que no quiere que se revele su nombre los había donado, pero que eran en total 800 mercados para los diferentes festivales Barriando.
A este equipo de trabajo de Cerro Azul Estéreo, sea esta nota el reconocimiento a una labor social y cultural que desempeñan con entusiasmo. Este proyecto al que se le acaban de medir y que denominan Barriando es un gran integrador de comunidades. Ojalá no se les acabe el presupuesto porque los barrios no creo.

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