Los inoportunos celulares

Esperaba una llamada urgente en la mañana y dejé el celular sobre una mesa. Como ya había mencionado en mi casa sobre la dicha llamada la hija mía le echó mano cuando el berriondo empezó a sonar. Apresurada lo cogió y gritando y a la carrera me lo llevó “¡papi, el celu” y ante otro grito mío me lo entregó en el baño. Enjabonado, con una mano tomé el aparato que escandalosamente sonaba y vibraba y con la otra mano me tapé el otro aparato mío que ni suena y, según mi señora, hace rato no vibra. “¡Le vi el pipí a mi papá!”, exclamaba mi inocente niña de diez años, que había acabado de hacer un descubrimiento extraescolar.
Y es que estos aparatejos se convirtieron en un inoportuno mal necesario. En la mayoría de los hogares hay por lo menos uno. Y pa’ acabar de ajustar, son como el carné del Sisbén, miden el nivel o estrato social. Yo, por ejemplo, tengo uno de los que llaman celular flecha porque cualquier indio tiene uno. Los que poseen un telefonito de esos que sirven para grabar, filmar, tomar fotografías, escuchar música y otros servicios, los usan colgando de un estuche en la correa o los ponen encima de la mesa al lado de los tintos en las heladerías y bares y miran para los lados para ver si se están fijando en su tecnología. Como las mujeres tetonas cuando tienen un exagerado escote.
En las escuelas he visto niños hasta de segundo que los llevan no sé para qué, tal vez ellos también sufren del mal de la apariencia de los adultos. Los contagiamos de ese vírus.
Lo peor de todo es que suenan en cualquier parte. También he visto señoras desesperadas buscándolo en lo más profundo de sus bolsos, perdido en medio del maquillaje, las monedas, el espejo y las toallas higiénicas en pleno sermón de la misa, con la mirada de los presentes que mentalmente gritan ¡conteste! Y no falta la que entabla diálogo.
¿A quién no le ha sonado el celular mientras está en lo más rico con la pareja?
¡Ah! ¿Y qué tal cuando uno debe plata y se pasó de la fecha del pago? La incertidumbre más berraca, o no se contesta o se responde “no estoy, llame más tarde”. Me acordé de la del pastuso que respondió a su mujer: “Mija, ¿usté cómo hizo pa’ saber que yo estaba en este hotel?”.
Nada más gracioso que ver a alguien discutiendo por celular en media calle o expresando lo mejor de sus piropos a su amor. Y nada más estúpido que algunos sonidos de timbre como ese que dice: “¡Contestá pues &*%£!Ώ‼€, contestá! Sólo imagínese este tono en medio de una entrevista para trabajo.
Tal vez le ha pasado que a las tres de la madrugada en medio de un sueño con un entierro empieza su telefonito a vibrar y sonar escandalosamente en el nochero, tembloroso le echa mano y le preguntan por Fulano y usted, con el corazón a ciento veinte dice “no, habla con Mengano”, “ah, bueno”, le dice el borrachito y hasta ahí llegó el sueño.
No se le haga raro cuando algún día al contestar le pregunte una loca “¿Hablo con el señor Vergara?” “No, con el señor Guevara” “¡Ay! ¿En qué estaría pensando?”

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