Vacaciones en la cama

Qué pereza las vacaciones sin plata. Y todo porque no se encuentra pa’ dónde ir. Además, se da uno dizque el lujo de levantarse tarde pero para qué, si se sigue despertando temprano porque al bendito reloj biológico pareciera se le hubiera dañado la manecilla que marca la hora de sonar el ¡riiiiiiinnnggg! Y a los hijos también. Desde las seis de la mañana ya están pasando el televisor pa’ Cartoon Netword.
Y hablando de la tele ¡qué pereza!, no ofrece sino películas que ya han pasado varias veces (los recalentaos que llaman). ¿O si no cómo les pareció El aro y La casa de cera? Y de los canales de la parabólica ni hablar. ¡Qué pena los canales nacionales! Yo que soy de los que poco veo novelas (comprobé por fin que es mejor “no velas”), alcancé a ver que pasan cuatro telenovelas de mafia y sangre ¡cuatro!: El cartel de los sapos, Montecristo, Pandillas, guerra y paz y Los protegidos. Les digo pues que si uno se ve en un día estas dos horas de violencia lo más romántico que le puede decir a la mujer debajo las cobijas es “¡bájeselos o disparo con mi calibre 38!”.
Aparte de la televisión tan mala de las vacaciones a muchos nos cogió pelaos las Fiestas del yarumo ¿A usted no? Menos mal había la disculpa de que como estaba lloviendo “¿pa’ dónde nos íbamos a ir, mija?”. Yo, por ejemplo, a los niños cuando entusiasmados pedían paseo desde por la mañana, les señalaba la nube gris en el horizonte “¡qué pena muchachos, pero no es mi culpa!”. El clima fue el gran aliado de mi bolsillo.
Es así como se dedican las horas recostado en la cama pasando el televisor de canal en canal y el control de una mano a la otra ¡Guaau! De ahí que ya en la noche el colchón, por bueno que sea, empieza a tallar… y la mujer también. Me “jarté” de Jota Mario y el padre Chucho en las mañanas, pues en los otros canales no se ven sino cuerpos esculturales tirando cuerdas elásticas en unas máquinas. Todavía retumban en mi mente esas frases: “Las primeras 50 personas que llamen ahora tendrán un 50 por ciento de descuento”, “…no se pierda esta oportunidad”, “…rebajará 8 tallas”, y que la celulitis y el ungüento ese pa’ la calvicie, y que la baba de caracol ¡guácala!, y que la mascarilla, y que… ¡Nooooooooo! Menos mal las mañanas frente al TV me las salvó Don Gediondo.
Y dale con el aguacero. A veces resolvía salir a tintiar en las tardes después de rascarme las… orejas toda la mañana en la cama y ¡tráquete! un lapo de agua me ordenaba seguir bajo cobijas. Y entonces, los niños donde los amiguitos, la señora y yo solos… la oportunidad… ¡Mijaaa… vení que va empezar una película buena! Si se rió, fue que usted también la aplicó.
Leí de todo pero no terminé ni un libro. Una tarde soleada hojeaba una revista y Fernando Jaramillo pasó vendiendo mangos maduros y me clavó 18 por $2000, fiaos. Estaba en mi casa con mi hijo menor que tiene siete años y no sé por qué mi metabolismo colapsó. Tan sólo me comí cuatro mangos, los mismos que se comió mi niño y a él no le pasó nada. Yo sí pasé la noche con la barriga como una lavadora: run, run; run, run; run, run; cuagggggg… ¡Mija, otro rollooo! Fernando, esos mangos no te los debí haber cagado, perdón, pagado.
Hoy, por fin pude dormir hasta tardecito. El hombre es un ser de costumbres. Creo que se le acabó la pila a mi reloj biológico. Demasiado tarde, justo a tres días de que se acaben las vacaciones y cuando ya las estaba empezando a disfrutar. Rodolfo Ochoa, un amigo que es psicólogo, me diría dándome unas palmaditas en la espalda: “Henri, síndrome postvacacional”.

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