Vida de perros

Los colmos del ser humano se han visto reflejados estas dos últimas semanas en las noticias que generosamente transmiten los diarios y noticieros con una dosis de amarillismo mediático. Ahora le está dando a los depravados de nuestra especie por secuestrar perros. Demostrándose así que una piedra no puede ser más piedra, un animal no puede ser más animal, pero en el caso de la especie humana, un ser humano sí puede ser más animal.
Las mascotas han existido desde la antigüedad y el perro es, tal vez, uno de nuestros compañeros más arcaicos. Tanto así que en la mitología griega el perro Cerbero es quien custodia las puertas del infierno, ladrándole con sus tres cabezas a quien ose atreverse a chismosear las travesuras del diablo con sus concubinas y eunucos.
En la Biblia se hace referencia de una forma despectiva a la palabra perro como alguien indigno y despreciable. En uno de sus apartes Goliat, el filisteo, le pregunta a David: “¿Soy acaso un perro para que venga contra mi con palos?”. Así mismo se refiere la Sagrada Escritura a los que orinan en la pared. Que si a lo textual vamos, creo que la mayoría de los hombres caeríamos en esta aseveración. Yo me salvo porque cuando hago pipí en el tronco de un árbol no alzo la pata.
Los antiguos persas profesaban un afecto tan familiar a sus perros que inclusive tenían cementerios para sus canes. No en vano se encuentra en algunos libros la afirmación de que el perro fue el primer animal domesticado.
Para los que sienten fobia hacia los perros y todo lo que tenga que ver con estos amigos pulgosos les recuerdo que todos llevamos un par de caninos en nuestra dentadura, que cuando discutimos nuestras facciones son las de un lobo y que aullamos cada vez que llega la cuenta del agua.
A los perros se le ha dado tanto acercamiento con lo humano que anteriormente se creía que a los que echaban baba goteando y le ladraban hasta a la sombra los había poseído un espíritu perverso. No faltan los pendejos.
Entre los perros superestrellas tenemos a Rintintín, Lassie, Pluto, y el miedoso de Scooby Do. Bongo, el de 101 Dálmatas, Astro (el de Supersónico) y tal vez el más antiguo de todos: Dino, la mascota de la familia cuaternaria de los Picapiedra. El perro estrella más tierno es lugar a dudas Snoopy, el más estúpido Tribilín, el más fuerte Krypto (el perro volador de Super Boy) y el más solapado Pulgoso, quien se ríe de las metidas de patas de su dueño.
El perro en una familia es parte activa de ella. Cuando se sale a mercar también se empaca la bolsa de alimento, que según dice en el empaque, tiene tantos ingredientes que perfectamente reemplazaría todo lo que uno lleva en el carrito. En los paseos no puede faltar la mascota. Al perro hay que llevarlo también al salón de belleza, no vale sino la bobadita de quince mil pesos la motilada. Ni qué decir de que hay que desparasitarlos, vacunarlos, llevarlos al veterinario cuando se queje de jaqueca y limpiarles el popó todos los días o pasar vergüenzas cuando lo hace en la calle o en la puerta del vecino. Ahora que sí es vergonzoso ver la mascota ensartao en media calle con una casual pareja. “¿Ese no es tu perro?”. “Pues al menos sí se parece”, contesta el otro. ¡Ay! Otra vergüenza que le hace pasar la mascota a uno es cuando le hace el amor a los pies de la visita o se tira su oloroso peo bajo los muebles.
El perro se luce como una joya. La raza habla de tu estatus. Por eso hay perros de estratos altos y bajos. El perro que vive en la unidad cerrada mira por el rabillo del ojo al callejero. A los perros de los ricos hasta les mochan la cola para que no demuestren la humillación escondiéndola entre sus patas. Los perros de estratos altos no mueren pisados por los carros, van en los carros. No mueren envenenados, porque da más pesar ver agonizar un pedigrí que a un chandoso. Hasta tienen páginas de Internet en donde los dueños pueden consultar por salones de belleza para perros, cementerios para perros, restaurantes para perros y sonará exagerado pero hasta portales donde el dueño puede casar su mascota bien casada con ajuar y todo.
Pero los perros de estratos bajos tienen una ventaja: nadie los va a secuestrar. En las últimas semanas he leído en los diarios sobre casos de secuestro en donde piden de doscientos mil pesos para arriba por la liberación de un chandoso. Claro, como el dueño se apega tanto a su animalito que aparte de que lo considera miembro de la familia termina pareciéndose a él, consigue el dinero solicitado para no arriesgarse a un rescate del Gaula que es tan riesgoso. El problema con los perros secuestrados es que de pronto les da al síndrome de Estocolmo y terminan encariñándose con el secuestrador que les está dando la comida.

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