CANCIÓN DE UNA VIDA PROFUNDAMENTE VIVIDA

“Decid cuando yo muera… (¡y el día esté lejano!):
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llama al viento”.

Porfirio Barba Jacob murió solo, enfermo y triste un 14 de enero de 1942. Pero la tristeza nada más no lo acompañó en sus últimos días. Barba Jacob vivió siempre inmerso en una nostalgia constante, la que perpetuó en sus escritos. En uno de sus poemas expresa “Y por este pobre viajero, loco y cosmopolita, sin afectos de nadie, solo y triste, un recuerdo, uno siquiera, y una plegaria”. En estas líneas se puede percibir la tristeza a pesar de que lo escribió en mayo de 1906, a la edad de 23 años.
Precisamente hace 125 años que Porfirio Barba Jacob nació en Santa Rosa de Osos. Un 29 de julio de 1883, llegó al mundo para inmortalizarse como uno de los poetas más importantes de Latinoamérica.
Tal vez las fechas no ayuden mucho para retomar uno de los poemas más hermosos y conocidos de la lengua española: Canción de la vida profunda. Poema este que inclusive, muchos años después de muerto el poeta, le ha dado reconocimiento al punto que en el año 1987 ocupó el primer lugar en el concurso “El mejor verso de la poesía colombiana”, en Bogotá.
Y es que en este bello poema de 7 estrofas y 28 versos, el vate expresa lo que ve en la gente y lo que percibe en su interior. En la primera estrofa, por ejemplo, hace una comparación de cómo somos nosotros cuando nos sentimos “móviles”, cuando vemos que todo nos sonríe y nos sentimos llenos de gloria: “… La vida es clara, undívaga y abierta como un mar”.
En la estrofa siguiente el poema hace mención de los días en que somos “tan fértiles, tan fértiles, como en abril el campo, que tiembla de pasión”. El poeta aquí compara la fertilidad con el temblor que genera la pasión. Y nadie más apasionado que este hombre. Cuando escribió la novela “Virginia” en el paraje La Romera del municipio de Anorí, él mismo quemó algunos ejemplares en plena plaza pública, luego de que le decomisaran la novela y le impusieran una multa. Sin embargo, su pasión por las letras no permitió que se quedara callado. Porfirio, además, tenía otras pasiones: su bohemia y la inclinación sexual por su mismo sexo, lo que le causó grandes problemas.
Errante, como siempre fue, Barba Jacob se dedicó a viajar por Centro América y México y en cada estadía fundaba periódicos y revistas. Esto era su verdadera felicidad, la cual plasma en la tercera estrofa: “Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos… / -¡Niñez en el crepúsculo!, ¡laguna de zafiro!- / que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, / y hasta las propias penas, nos hacen sonreír. Y es que el poeta sí que tuvo penas. Sin embargo, nos manifiesta en estos versos que a veces somos como los camaleones y hay momentos de nuestras vidas en que todo es color de rosa y nada nos descompensa, ni las penas, y que antes, por el contrario, reímos en medio de la dificultad.
Este poema muestra la volubilidad del ser humano, pues en otros versos más adelante, ya el poeta nos desnuda al punto que menciona los momentos en que somos “tan lúgubres” que ni el mismo Dios nos puede consolar. Y es que ¿acaso a todos no nos ha pasado que tenemos días en que nos inventamos disculpas para estar tristes? Sí, a veces cantamos sin motivo y otras, lloramos de verdad.
Y no podía faltar en este poema, para garantizar su perfección, el tema de la muerte; tal vez el temor más grande del ser humano. En los versos, Porfirio habla en plural, siempre menciona la palabra “somos”. Y claro, nosotros le tememos a la muerte, pero más que eso, a la soledad de la muerte. La Canción de la vida profunda es extraña. Al punto que seis de las siete estrofas inician mencionando en plural que “hay días” en que nos sentimos de una u otra actitud, pero la última estrofa habla de “un día”, precisamente cuando hace alusión al día que morimos. Tal vez el poema habla de la soledad del poeta, del temor a morir solo o del miedo a no ser recordado. ¡Qué sentencia! ¡Qué vaticinio! Porque un 14 de enero de 1942, en México, muere Porfirio Barba Jacob acompañado de sus peores temores y tal vez con una de las crisis espirituales que lo embargaban continuamente y que plasmó en sus poemas. Y ese día, levó anclas para jamás volver. Ese día ya nadie lo pudo retener y solo, triste y enfermo se dejó llevar por ese mar al que tanto le cantó con su lira. Nos quedaste debiendo, poeta, otro poema al que hubieras llamado “canción de la muerte profunda”.


CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
Porfirio Barba Jacob

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido, de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…
-¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafiro!-
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
Tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.

Mas hay también ¡oh tierra! Un día… un día… un día
en que levamos anclas para jamás volver…
Un día en que discurren vientos ineluctables.
¡Un día en que ya nadie nos puede detener!

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