Despedidas y reencuentros

Estella, una de mis compañeras de trabajo, leía un letrero que escribió mi jefe en un tablero, en el que invitaba a una despedida de cuatro compañeras y un compañero que se retiraron este año de la Institución y pensó en voz alta algo que me llamó la atención: dijo que en vez de despedida debería decir “gran reencuentro”. Le di la razón.
Eso fue este miércoles que pasó. En vista de ello averigüé por los preparativos para “la despedida” y todo marchaba bien hasta que me encontré con dos de las agasajadas que ahora gozan de la envidiosa vagancia asalariada. Esto es, se jubilaron cuando aún tienen energía para disfrutar de esa nueva etapa en sus vidas, la dolche vita. Mis amigas me contaron que no podían asistir al evento porque tenían otros compromisos pendientes en Medellín. Pa’ acabar de ajustar, me contaron que Ramiro tampoco asistiría ¡Qué vaina!
De todas formas la gran fiesta se organizó para hoy jueves y en el momento que escribo esta columna no ha iniciado. Aunque tengo pereza de asistir porque Ramiro, María Ofelia y Alicia no van a estar allí, voy a ir para saludar a Margarita y a Fabiolita a quienes no veo desde la última vez. Además, porque sí creo que esos momentos deben ser tomados como una integración más y lo otro, porque los amigos no se van nunca. Algo queda de ellos cuando se van por ratos, mucho nos traen cuando el encuentro demora.
Los buenos amigos tienen esa virtud: irse y dejar un vacío; vacío hecho por el trozo de alma que llevan guardado en un bolsillo o en la cartera. A veces, el escuchar una canción o sentir un perfume, permite llenar ese interior por un momento con un suspiro. Por eso los amigos nunca se van, porque al igual que ellos dejan esa cicatriz en el espíritu, uno les deja un descosido en el recuerdo. ¡Quién iba a pensar que una carcajada o una traicionera lágrima tatuara el alma! O que los momentos más recordados fueran las travesuras.
Y porque los amigos no se van del todo es que no deberían existir las fiestas de despedida, no los adioses…
Los amigos están siempre haciendo parte de nuestros recuerdos, como la cascada suicida que se ahoga en el río para mezclarse en él y llegar juntos a otras aguas. Y es también por eso que en los momentos que están frente a frente, sobran las palabras. Un abrazo es suficiente, una mirada a los ojos y una sonrisa. ¡Qué cuento de traídos y de flores!
¡Uy! Se me hizo tarde escribiendo estas líneas y ya casi empieza o la despedida o el reencuentro y no me quiero perder ninguno de los dos ¡Chao!

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