Mujer: verbo, no sustantivo

Hablar de la mujer en esta fecha es como hablar de madres en mayo. Se vuelve cotidiano por unos días y luego todo vuelve a la normalidad. Pero aunque estas fechas son tan publicitadas por el comercio sí lo llevan a uno a repensar sobre ellas.
Fue por eso que me puse a filosofar esta semana (aunque no lo crea, mi estimado lector, yo filosofo, sin ser filósofo), sobre el tema de la mujer. Y en mis socráticos pensamientos se me ocurrió que “mujer” debería ser un verbo, porque termina en “er”. Y según mi gran erudición gramatical, no les estoy cañando, todas las palabras terminadas en “ar”, “er”, “ir” son verbos. Seguí recordando a don Helí Antonio Torres, quien fuera mi profesor de español hace unos pocos ¡uuuuhhhhhhh! de años. Claro, don Helí me hubiera puesto un “unito”. «El verbo también indica acción o movimiento, Henri» me recordaría el profe. Me rajé.
Continué filosofando. Mis neuronas, que a veces funcionan, me siguieron insistiendo que si una mujer no encarna el concepto de movimiento en sus cinturas cuando baila o cuando se acerca al clímax de pasión, ya no podría hablar de un supuesto sino de una hipótesis. Si mujer no está relacionada con acción, porque todo en ella es ir y venir, un correr para con su estudio, su familia, su trabajo, o todos juntos, no hay movimiento que valga; que me lo discuta Jorge López. Para convertir mi postulado en teorema, por lo tanto, debería transformar mi enunciado en una proposición: si mujer indica acción o movimiento y termina en la partícula “er” entonces es verbo. Gané lógica.
Sin embargo la lógica no funciona en estos casos y no quiero hacer el ejercicio de llevar mi postulado a valores de verdad, si p entonces q (p→q). Claro está que si “p” es verdadera y “q” es verdadera, la proposición es verdadera. Ustedes me desmentirán. El posible problema en que me meto es en la forma cómo se conjugaría este verbo, que para mi justificación debería ser: yo, de mujer; tú, de mujer; nosotros, de mujeres, etc. Lo de los gerundios y pretéritos pluscuamperfectos se lo dejo a los de la Academia de la Lengua.
Seguí cuestionándome acerca de la mujer ¡Tan lindas ellas! y mi cerebro por fin funcionó correctamente. Me pregunté ¿una mujer cómo empieza? Les cuento que esta pregunta no se le ocurrió ni a Sócrates. Y yo llegué a la siguiente conclusión:
Una mujer podría empezar en esa lágrima
que derrama cascada abajo
y que se suicida en las riveras
de los lagos húmedos
de sus labios entreabiertos,
al reír.
Una mujer podría empezar en el suspiro
que recorre internamente
todo el cuerpo y toca su alma,
robándose un pedazo
el cual deja en la piel de quienes ama,
al abrazar.
Una mujer podría empezar en su pupila
que penetra el mundo que la excluye,
dejando leer en la ternura,
que se encuentra sumergida en su silencio,
la clave de la paz perdida,
al mirar.
Una mujer podría empezar en las palabras
sacrificio, ternura, amor,
paciencia, belleza y esperanza.
¡Pero no!
Una mujer empieza en todas partes
y no tiene límite de tiempo;
en ella no se encuentra un fin
porque ella toda es un camino
que conduce a ti.

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