Cultura de la incultura

¿Se vio los premios MTV hace poco? Eso no se escuchaba sino el popular sonido “¡bip bip!” que ponen en la televisión cada que alguien dice una palabrota. Una vieja muy bonita hacía de presentadora al lado de un fulano extremadamente vulgar que no modula bien varios fonemas, vocalista del grupo Calle 13. Lo curioso era que la gente le celebraba todo ese derroche de la jerga juvenil. Lenguaje que se apartó del parlache para ser el parguache. ¡Ah, pero eso no es nada! A nuestro coterráneo Juanes le tocó presentar un saludo y ahí sí que sonaron los “¡bip bip!” cada que quería expresar su euforia, caso en el cual se refiere a ese sinónimo del órgano genital femenino. «Qué “¡bip bip!” estar aquí. Esto es una “¡bip bip!”», exclamaba el de La camisa negra. Juanes no es vulgar sino vulvar. Escuchar al calvo ese de Calle 13 y a Juanes era parecido a un trancón en Medellín en una hora pico.
Pero ya es normal en la televisión el parguache y la desnudez del cuerpo (y del alma). Le creo a Vargas Vila que decía que “la mujer sólo tiene de bueno lo que esconde y cuando ya no lo esconde deja de ser bueno”. Ver una vieja bien linda empelota le quita la gracia y les apuesto que en pocos años veremos estas modelos que juegan a ser presentadoras, vestidas sólo con una pequeña tanga y unos tacones.
Y nos escandalizamos cuando aun se dice la “Calle del pecado” a sabiendas que pecar está de moda. La Calle del pecado ha de volver al nombre del cura Palacio Isaza. ¿Y qué hay con la Calle caliente que lleva este nombre porque era, antaño, el lugar preferido para olvidar los siete pecados capitales y para fornicar y desconocer el noveno mandamiento? ¿La calle que no es calle, porque es una carrera y en donde ya muy pocos “se calientan”?
Y nos escandalizamos en el desfile de la última semana de la cultura de Yarumal cuando unos estudiantes del SENA nos mostraban de una forma muy creativa la cultura de la incultura: los paseos de olla y el terror, el trago y las mujeres de la vida fácil (que muchos feministas han querido demostrar que no es tan fácil, pero que yo sigo insistiendo que sí). Esa es una cultura dentro de otra cultura. ¡Cómo negarlo!
¿Y saben por qué nos escandalizamos cuando nos muestran las bajezas del ser humano? Porque somos voyeristas solapados. Por eso mismo criticaron a Freud cuando demostró que vivíamos para dos cosas: la popularidad y el sexo. A eso llamaba Fernando González el “complejo de hijos de puta”. Nos da pena contar ante otras personas que nuestra mamá es de la vida fácil y decimos que es mesera en una discoteca los fines de semana.
¿Y saben con qué no nos escandalizamos? Con el saludo juvenil que se refiere a la popular enfermedad venérea; cuando vemos que alguien al lado nuestro tira el papel al piso (en estas faldas es un atentado arrojar una cáscara de banano al suelo); no nos escandalizamos con los piques que hacen estos lucidos (no lúcidos) motociclistas en la subida de Añoranzas; ni cuando en el supermercado vemos la señora golpear al niño que hace su berrinche porque no le compraron el mecato; ni cuando el vecino nos trasnocha con la música a todo volumen convirtiéndonos en parte de su fiesta, pues ríe de nosotros; o cuando nos ofrecen cosas robadas como celulares ¿ha comprado alguna baratija de celular en los últimos meses? O este otro cuestionamiento ¿ha dado limosna a un drogadicto alguna vez?
Aceptemos que existe esa otra cultura de la incultura y que, querámoslo o no, hacemos parte de ella, así no la compartamos. Y que no podemos aceptar que a nombre de la cultura se violen nuestros derechos. No a la cultura de la basura: la violencia.

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