Los hijos tiranos

El miércoles pasado entrevistaban al psicólogo Diego Agudelo, director del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en esta región, y casi al finalizar su intervención habló del maltrato infantil y del por qué a esta entidad la llamaban “los quita niños”. Rebobiné mi memoria y me encontré con que sólo en una semana ya había leído un par de artículos sobre violencia intrafamiliar. El primero lo escribió Elbacé Restrepo el domingo 8 de noviembre, en una columna de El Colombiano a la que tituló “El síndrome del emperador”; la otra, en el mismo medio, publicada el lunes con el título de “Violencia sin sangre” y escrita por Rodrigo Guerrero.
Los dos artículos más las palabras de Diego me volvieron a dejar otra reflexión, y es que casi todo el mundo habla de la violencia de padres a hijos, pero muy poquitos se refieren a la inversa. Sobre todo porque yo he sido maltratado por mis hijos en algún momento y me ha pasado lo que a la reina de ajedrez cuando se sale de casillas: pierdo la partida. Uno con la mujer y con los hijos siempre pierde. Es ahí donde te das cuenta quién manda en la casa, porque aparte de la derrota estás en la obligación de pedir disculpas.
Rodrigo Guerrero hace énfasis en la violencia sutil o emocional que llaman. La del sarcasmo y la burla, disfrazadas de humor, la que se utiliza en las empresas, en las escuelas y colegios, el acoso emocional en las empresas, el acoso escolar ¡pues en las escuelas! De esto muchos conocemos. Lo que desconocemos, y que me llamó la atención fue el síndrome del emperador del que hablaba Elbacé. Yo he sido víctima, ya les contaba. Tal vez usted conozca a alguien que lo esté padeciendo. Y si es su caso, mi sentido pésame.
El síndrome del emperador es “nada más” los hijos que maltratan a sus padres. Se trata de estos culicagaos que sin ser mayores de edad son los verdaderos jefes de la casa; que sin ser delincuentes pegan, amenazan, roban y agreden psicológicamente. Las madres son las principales víctimas y si son madres cabeza de familia ¡piorrr! Nada más vergonzoso que una pataleta de un chino en medio parque después de misa, con un antojo de una oblea o de crispetas o de una vuelta en el carro del conductor de la eterna sonrisa abajo del atrio, y usted sin cinco. Los mil pesos que traía quedaron en la ponchera del padre William y los otros mil, que eran para una llamada urgente, son los que se disfruta el muchachito; usted cumplió la orden. Nuestros hijos nos tratan de cuchos, cuaternarios, nos deterioran nuestra integridad emocional con su regaetón a todo volumen, no usan la “ropa anticuada que les compramos”, llegan a la hora que les da la gana, se ponen las aretas esas en cualquier parte del cuerpo menos en las orejas, se pintan el pelo de colores fosforescentes, hablan puras "vulvaridades", no ayudan en la casa ni lavando sus interiores, no estudian ni hacen deporte, no les gusta leer, no saludan ni se despiden ni dicen pa’ donde van, nos hablan sólo para pedirnos algo ¡Noooooooo!
Los dictadores a los que me refiero (tiranos más bien), tienen total ausencia de culpa. No tienen compasión de sus padres. Yo sin ser psicólogo llamaré a este síntoma el síndrome de Hitler. Lo mas curioso, mi estimado Diego Agudelo y todos los funcionarios del ICBF y de las Comisarías de Familia y de los Juzgados de familia, es que nosotros los padres no denunciamos porque no nos creen, o nos consideran culpables de estos comportamientos y, peor aun, porque o nos da pena, o pensamos que eso es pasajero, que “ellos algún día cambian”. Además, a estos niños, reencarnación de Stalin, los protege el código de la infancia y la adolescencia, y no denunciamos por temor de ir a parar a la cárcel porque no los criamos bien; o porque no tuvimos suficiente autoridad y fuimos permisivos; o porque no les brindamos el suficiente afecto ni les dedicamos el suficiente tiempo. En fin, ustedes son psicólogos de verdad y dirán que nosotros, los padres, somos los verdugos, que es un problema de educación (ahí caen también los maestros), y por eso no denunciamos a nuestros hijos. Ustedes deben entender que el gran error de la sociedad es sustituir la conciencia y la culpa por las leyes y a eso hay que agregarle que “es indispensable la tolerancia”. Ah tiempos aquellos en los que “moral” era el sentimiento de culpa, no el cultivo de moras del solar del vecino.
Gracias Elbacé por hacer referencia en tu artículo a las palabras de Cecilia Cardinal: “Los hijos, al principio, te admiran, después te critican y luego, si tienes suerte, te perdonan”. ¡Qué triste realidad!

Comentarios

  1. "Agraden", me parece que debe ser agreden, de agredir.

    vulvaridades, debe ir entre comillas por ser una deformacion hecha por el escritor a la palabra vulgaridades.

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