La última copa

Como La última copa se conoce un popular tango de Carlos Gardel, ¿recuerdan? Ese que dice: “Es la última farra de de mi vida. De mi vida, muchachos que se va…” Sin embargo, allí, frente al cementerio, ese nombre está puesto en el letrero del negocio de don Gerardo Martínez Sánchez, un yarumaleño que lo heredó de sus padres desde hace 40 años.
Ese día invité a tinto a mi señora a La última copa. Veníamos del Hospital. Don Gerardo clavaba unas tablas a un lado del mostrador. Yo pedí una cerveza fría. Recordé cuando le sacamos los restos a mi abuelita hace como 5 ó 6 años y entramos con mi abuelo, mis tíos y mis hermanos a aquel lugar a tomar café con pandeyuca y yo coloqué el cofrecito con lo que quedó de mi cuchita sobre una de las mesas. No me dio pena porque he visto cómo ponen los cofres en la acera de aquel negocio para darles el último adiós con las canciones que le gustaban al difunto –como si escuchara-.
La curiosidad me arropó con su manto de sospecha y le pregunté al dueño del local que quién se había tomado allí la última copa. Con una sonrisa y haciendo un pequeño esfuerzo por recordar me habló de dos personas. Uno era un cotero que fue el último en salir del negocio como a eso de la media noche y que en vez de irse para la casa se acostó al frente, en la calle, y como la carretera era un poco más alta que el patiecito de afuera, la usó como almohada, con tan mala suerte que un carro que pasó en la madrugada confundió su cabeza con una de las piedras que hacían parte de la calzada destapada que llevaba a Angostura. El otro que se tomó allí la última copa fue el secretario del abogado José María Posada, del cual don Gerardo no recuerda el nombre. Estuvo un viernes, como de costumbre, compartiendo unos tragos con unos amigos, se tomó el último, se despidió y al otro día amaneció muerto. En esos tiempos todavía había muerte de repente, pero tal vez fue un infarto.
Pedí la otra pola y mi señora el otro tinto. La charla estaba pero bien entretenida. Chismosear es bueno y los hombres somos más chismosos que las mujeres -lo que pasa es que no hacemos las expresiones faciales que utilizan las damas, ni utilizamos la gesticulación femenina para relatar una historia. Por eso pasamos desapercibido ante los ojos de ellas. Esa es nuestra defensa-. Le pregunté por los cacharros con los borrachos, pues luego de los entierros acostumbran quedarse allí los dolientes, pidiendo canciones de muerte. Nos habló de uno al que por más que le insistió que ese no era el baño, sacó su estrolín y se orinó en la mesa del rincón. Otro, que después de un entierro abrió la nevera (que está al lado de la barra) y se mió allí ante la mirada de los clientes y los gritos de don Gerardo. Ahora sí creo que no es un chiste el del borracho que se cagó en el ventilador en medio de la noche cuando se había ido la luz. Y cuando la luz llegó, como el aparato estaba encendido… imagínense el resto.
Un mosquito de cementerio de esos chiquitos se posó en la boca de mi envase de cerveza -¡guácala!- en el momento que le pregunté a don Gerardo sobre lo que hacía con esas pequeñas tablas. Me respondió que un cofre para huesos. No le creí pero me aseguró que a veces le preguntan por cofres para osario y que la gente no encuentra, entonces mantiene uno que otro en su casa. Y es que su contacto con la muerte durante 40 años en aquel local le ha permitido posicionarlo para esta vida… y la otra. Eso es gerenciar. Por eso tiene un particular repertorio de música de difunto la tremenda (él la llama “lista de reproducción La despedida”): Adiós a un amigo (que es la que más le piden); no lloren por mi; ni me lloren ni me nombren; nos vamos como vinimos; por quién doblan las campanas y muchas más que no menciono porque se me ponen los pelos de punta y porque sé que todos nosotros “Vamos corriendo en un carnaval”.

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