Bendiciones

Créanme que a veces salgo con mi esposa a “tintiar” a las heladerías del parque. Hace poco, tomados de la mano, como en los viejos tiempos, después del vacío que se siente al pagar los servicios, decidimos entrar a Aravesky a hablar de nada importante, como en los viejos tiempos. A una distancia de un cuarto de café de irnos para la casa entró repartiendo bendiciones a diestra y siniestra la popular doña Rebeca. Al principio obligó a guardar silencio a dos señores y dos señoras que departían en una mesa contigua a la nuestra. Los colmó de oraciones y bendiciones. Eran como las cinco de la tarde.
Y es que Rebeca Meneses sale temprano de su casa rumbo al trabajo más difícil que alguien puede tener: soportar las burlas de los demás y reír con ellos. Y tiene el negocio de más responsabilidad espiritualmente hablando: vender indulgencias y, sin ser alquimista, convierte oraciones en plata. El Vaticano es más ambicioso al convertirlas en oro. Devota de Marianito lo invoca a sus clientes y estas oraciones también las convierte en dinero. El Vaticano ha invertido mucho en sus santos y ella es la mayor accionista. Por eso a las ocho de la mañana sale de sus casa en Buenos Aires, saluda “dos vecinitas” que tiene y que le imploran que les eche la bendición, cosa que hace con agrado porque ahí mismo la cogen a abrazos y besos. Luego entra al café “junto a la Inmaculada” donde le dan cafecito con leche y empieza la labor. Me contó esa tarde que una vez le echó la bendición a 80 carros, pero eso nos es nada; asegura que los carros de atrás le llevan las bendiciones a los de más atrás. Esta inquieta mujer fue la inventora de las redes de mercado. El trabajo de Rebeca es cortar el viento con su mano derecha, pero aunque no lo crean, me aseguró que a veces le dan “desmayos” en la mano izquierda, con la que no echa bendiciones.
Se tomó dos pericos acompañados con pandeyuca. Vi tiritar sus manos tal vez por la costumbre del movimiento constante en las mismas direcciones. Me dijo que era parkinson. A los 86 años sostiene una energía que ya la quisieran en Pescadero-Ituango. O será porque se alimenta bien. Me recordó la viejecita sin nadita qué comer. Rebeca toma leche, perico o malta. «Vea», me dijo «la gente me llena es de líquido». Me sentí mal, entonces pedí que le empacaran varias pandeyucas. «Los pobres son los que más dan limosna». Volví a sentirme mal, pero me reconforté al pensar que es la ley de la vida. No recuerdo que en mis tiempos de crisis económicas un amigo rico me haya ayudado.
Me fijé en su típico y particular atuendo. Un sombrero blanco, aguadeño, con una cinta azul. Un vestido blanco desteñido por el uso, largo, ancho en la cintura. Zapatos abuelita y, colgados al cuello, una colección de escapularios, Agnus Dei y otras reliquias con diferentes imágenes de santos entre los que sobresale la del Padre Marianito. Conté más de 15 imágenes. Yo que he sido agnóstico durante tanto tiempo sentí pena de su fe. El ateo es el más religioso de los seres, porque confirma lo que niega al pisar la hostia y para esto se necesita ser tan religioso como el que se la traga. Por eso, tal vez, guardé respetuoso silencio cuando me arropó de bendiciones mientras mencionaba santos ¡ay! que ni había escuchado. Cuando empezó a nombrar vírgenes algo dentro de mí exclamó “¡son once mil!”. Si sus bendiciones surten algún efecto todos mis pecados fueron absueltos y puedo pensar en mi próxima travesura. La vi salir lentamente de la heladería. Me recordó a mi abuelita quien también hacía milagros de la nada. Esta hermosa anciana que no recuerda la vereda en la que nació, que tiene una hija, doña Ligia, y tres nietecitos que son su mayor bendición es otra yarumaleña que no aparece en los libros de personajes ilustres, pero es alguien popular en nuestro pueblo. Es otra santa que no será canonizada, pero es un ejemplo de vida, honradez y trabajo. En este mes de madres a ella un abrazo especial. A ella, que nos considera a todos sus hijos, una bendición mía. Pero esa bendición que es sinónimo de congratulación.

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