Parir un libro

La trascendencia de un ser humano se puede medir con estas razones: tener un hijo, crear una empresa, escribir un libro y sembrar un árbol. La trascendencia de un árbol, es transformarse en lápiz, en papel, en bastidor o en libro.
Para el humano es fácil tener un hijo. De todas formas, si no se puede engendrar, se puede adoptar. Se puede también crear una empresa con sólo explotar algo del talento que regala a cada persona la naturaleza. Cualquiera puede sembrar un árbol o mandarlo sembrar si no se cuenta con los medios. Pero no todo el mundo se puede dar el lujo de escribir un libro, y peor, que sea bueno, ameno o al menos, interesante.
Un árbol, si pudiera elegir en qué convertirse, apuesto, preferiría ser un libro.
Si estas dos analogías se pudieran cumplir con satisfacción, trascender verdaderamente y “naturalmente” sería escribiendo un libro. El escritor deja así su alma en el alma del árbol. Por eso los libros huelen a sabia y a sudor. Saben a corteza y sangre. El escritor no se vuelve inmortal, el libro tampoco, pero, al menos perduran por mucho tiempo.
Y es que un libro se puede sentir con todo el cuerpo. Nada más ceremonioso que oler un libro abierto. Es un momento simbólico. En ese instante el espíritu del árbol obliga a un suspiro y a continuar la ceremonia. Los ojos se pasean, salta la mirada entre grafemas, eufórica, y esa ansiedad permite darle la oportunidad al tacto que, impaciente, espera la autorización del ojo y así posarse en la hoja impar para cambiarla de lado. Con paciencia, la lengua y el oído esperan ser parte del culto. La lengua, entonces, se convierte en la traductora del ojo –órgano condenado a no leer en voz alta- y entre tumbo y tumbo de la lengua el oído transforma las palabras en historias, relatos, argumentos, ecuaciones, viajes y cuentos. El libro, ya lo ven, se puede percibir con todos los sentidos. Por eso son sagrarios, y sagrados quienes se atreven a plasmar un mundo en él.
Esta semana pasada un amigo nuestro, un yarumaleño por venganza, se atrevió a publicar un libro al que tituló “Un cuarto de siglo en la capital de la ironía”. Autor: Francisco Moná Yépez. Pacho, como lo llamamos, volvió a parir, luego de haberse preñado de estas tierras a las que les cantó Epifanio. Pero Pacho ya había engendrado a Sueño Norte y a Sonata de sonámbulos; ha adoptado como hijos suyos a “Bienvenida nostalgia”, “Informativo agropecuario” y a “Positivas”, programas radiales que lidera en la emisora Cerro Azul Estéreo. Este hijo adoptivo de La Sultana del Norte que soñó con el reconocimiento nacional, con ser importante y famoso, ahora sólo se puede conformar con ser un hombre que nada más es escuchado de lunes a viernes por la emisora y es leído el fin de semana a través de su semanario Sueño Norte. No se sabe a qué horas duerme si es que lo hace. No se sabe a qué religión pertenece, si es que la tiene, ni de qué partido político hace parte, si es que ha votado. Pero a través de los medios de comunicación lidera campañas que serían la envidia de Ghandi y de la Madre Teresa de Calcuta. De Pacho se sabe poco. ¡No! Se sabía poco hasta la semana pasada en la que dio a conocer la obra que le deja al descubierto su persona.
“Un cuarto de siglo en la capital de la ironía” es un libro ameno en el que Francisco se desnuda por completo -doña Liliana, esa desgracia nada más no es suya-. En este libro, escrito sin ostentación, con un lenguaje sencillo, Pacho Moná describe algunos de los pasajes más significativos de sus veinticinco años de vivencia en Yarumal, a la que él llama La capital de la ironía, porque aquí pasan cosas que no ocurren en otros lugares. Algo curioso, que no pasa sino en este pueblo: el libro fue financiado por él mismo, sacrificando quién sabe cuántos arroces de su familia y en su última página se puede leer: “No se comercializó, no se venderá, simplemente los amigos harán un aporte voluntario”. No hubo lanzamiento. El libro de Pacho fue como el parto de una madre sin Sisbén que ocurrió en la mitad del camino al hospital. Es una apología a la ironía. Pacho, gracias por cumplirle el sueño a un pino al publicar ese bello libro que ya disfruté con todos mis sentidos. Pacho, yo aprecié su sentimiento yarumaleño en esas líneas. Percibí cómo quiere usted este terruño, con ese arraigo que no tienen los oriundos de este pedazo de patria. Usted es un hijo más de esta tierra que fraguó la libertad de Antioquia. Siéntase como un cecropia que ancló sus raíces en estas bellas faldas. Gracias, amigo nuestro, por ese otro regalo que nos legas y… ¿Ya sembró el árbol?

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