Carta a Sueño Norte

Señores Sueño Norte y estimados lectores. Cordial saludo.
Estuve rumiando un cuento para la edición de esta semana. Pensé que llegaban a Yarumal tres personajes: Melchor, Gaspar y Baltasar. Confundidos los personajes estos, preguntaban por el rey de esta comarca y alguien les contestaba que no conocía ninguno, mientras señalaba a una señora bajita, de cara y rodillas arrugadas, con zapatos desteñidos y medias de fútbol y un palo que usaba de bastón, y que sólo conocía una reina, esa viejita. Pero de ningún rey estaba enterado.
Entonces se me vino a la mente un personaje yarumaleño al que le hice una crónica: Iván, el joven invidente que vende mecatos por las calles del municipio y que se graduó de bachiller en la I. E. de María y al que le respondía la gente cuando solicitaba trabajo en los negocios, porque no le gustaba pedir, que “si no había trabajo para los que veían, menos para un ciego”. ¿Recuerdan? Iván se fue para Medellín y estudió en un instituto para ciegos y aquí, con el apoyo de los directivos del María y de su profe Jorge Pulgarín, a quien con nostalgia recuerdo hoy, logró ser bachiller. ¡Eso ser rey!
Volví a mi cuento. Entonces les dijeron a los reyes magos que tal vez estaban confundidos; aquí no gobernaba un rey sino un alcalde pero que no lo encontrarían porque nunca está y ahora estaba de vacaciones; que se entendieran con un secretario de despacho.
No. No me sonaba la historia. Tal vez al Alcalde no le gustaría. Volví a remembrar. ¡Ah! Aquellas veces en las que me inspiraba tan fácil para escribir, como cuando entrevisté al Marinillo, un tipo que tuvo bastante plata pero un accidente lo dejó quebrado y así, como ustedes lo conocieron. Hizo intentos de ser poeta, publicó unas cuantas coplas y grabó un CD con las creaciones de un año. ¿Recuerdan? Al Marinillo no le gustaba pedir trabajo, porque decía que “su único patrón era Diosito”.
¿Y el cuento? ¡Claro! Entonces llegaban al parque de Yarumal y veían el pesebre que Juan Manuel y otros amigos hicieron. “¡Estamos perdidos!” -dijo Melchor-. “¡Aquí ya nació El Mesías!”, dijo Baltasar! Entonces en ese momento pasaba don Germán Rivera, que siempre está en el parque, y les informaba que El Mesías había nacido hacía 2010 años… “¡Ay, jueputa! -exclamó Gaspar- y añadió: “Con razón me extrañó tanto ver la gente metida en las barrigas de esos camellos amarillos…”
¡Qué va! Esa historia no me estaba gustando. No la voy a publicar. ¿Y con que la remataba?
Volví a mis artículos de antes. Abrí mis archivos y encontré un remate que me encantó, el de la crónica que hice a los coteros de Yarumal y que termina así: “Cómo negar que el progreso de los pueblos de Antioquia se lo debemos a los arrieros y en gran medida a los coteros. Los coteros, como Atlas, cargan el mundo a sus espaldas y llevan en sus frentes cada tarde, después de trabajar, el sudor de un pueblo pujante que se abrió camino a golpe de hacha, y en una bolsa negra, “el diario” pa’ sus hijos, los mecatos pa’ sus nietos y una dulce galletita, cargada de besos, pa’ su vieja”. ¿Recuerdan? ¿Recuerdan, también, la crónica de Rebeca? La que cambia bendiciones por monedas. La viejita que lleva su cuello cargado de escapularios, agnus dei e imágenes de Marianito; la del sombrerito blanco. ¡Tan linda ella! Me recuerda a mi abuela. O el remate del artículo al que titulé “El conductor de la eterna sonrisa” y que se lo hice a don Rubelio Villegas, el señor que transporta niños al espacio en un cohete con llantas que él dirige no desde la NASA, sino desde el andén, abajo del atrio de la Basílica.
¡Ah! Entonces los reyes magos caían en la cuenta de que no se habían equivocado de sitio nada más, también de tiempo. Todo porque se pusieron a seguir una estrella, la Estrella del Norte, así se conoce a Yarumal. Por eso llegaron aquí en busca del Rey. En Méjico tampoco lo encontraron, confundidos con Vicente Fernández que cañaba con que él seguiría siendo el rey. Cuando fueron a admirar el pesebre del parque, caminaron lentamente por encima de viruta de pino, al lado de unas casas de icopor y se convirtieron en estatuas.
¡Va! Tampoco me gustó ese remate. Por eso mis queridos amigos de Sueño Norte, para este último viernes del año, ni escribí una crónica, ni una sátira, ni nada social. Simplemente ¡Nada!
A Ustedes, mis estimados lectores, les debo un buen artículo, pero ya será el próximo año. Entre tanto, ¡Feliz año! Y mis disculpas.

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