La soledad del artista

La muerte, la flaca de la eterna sonrisa, la que se sienta en la baranda de la cama, la traidora que nos engulle el día menos pensado, la que celebra al lado de nuestros padres el momento de la concepción, se llevó al maestro Ramírez ante el silencio sepulcral de los amigos. Primero dio su aviso, se pegó un vueltón por otros hospitales, buscó uniformados con fusil, en donde había campos minados, careó disputas entre borrachos, le mezcló sal a la comida de varios hipertensos y luego, cuando sintió que su sala de velación estaba vacía, regresó por el maestro. No nos dimos cuenta. Así, en el silencio, mueren los artistas. Me disculpa, maestro, porque no pude acompañarlo en su viaje; ya llevo 39 años muriendo, pero no quiero empacar aun mis maletas y el boleto lo extravié, tal vez olvidado entre un libro o se lo llevó el viento cuando intenté ver la fecha de mi partida y lo saqué del bolsillo de la camisa, tal vez algún agosto.
Los artistas, maestro, como usted, viven solos. Lo reflejan los retratos y las fotos. Vos que sos pintor sabés de la mirada triste de la soledad del taller. Hemos vivido el sollozo en el poema, allá, en el rincón de la página. Sí, el artista poco habla y la gente cree que rumia las ideas de la conversación. Por eso lo tildan de intelectual, por su silencio, pero él está aparte del diálogo pensando en el retoque que dará a la obra que empezó esa semana.
Al artista no le interesa la política. De todas formas, gane el candidato que gane, sea amigo o no, sabe que no lo apoyará. Los políticos también tienen la culpa. Ellos son los que viven en un mundo irreal porque mienten siempre y niegan su mentira siempre. Y dicen que apoyarán la cultura porque desconocen que cultura es la expresión de la vida tradicional de un pueblo; cultura es un concepto. Por eso no apoyan al artesano, al pintor, al músico, al bailarín, al poeta. Los acostumbraron a no cobrar, sus obras valen aplausos. Política, para el escritor, es una simple palabra esdrújula y a todas se les marca tilde; para el pintor, es una obra abstracta pintada con óleo blanco, sobre lienzo blanco; para el actor es una pantomima, una comedia, una farsa y para el poeta una palabra que rima con sifilítica.
Maestro Ramírez, ¡el artista es un suicida! Mi amigo Rogelio Rivera intentó una vez matarse a golpes púbicos, Ciro Mendía intentó colgarse en la horca de un suspiro y yo una vez me tomé una sobredosis de letras y vomité cuando la “X” se me enredó en la garganta. No volví a intentarlo cuando vi unos niños que construyeron con dos horcas un columpio.
El artista, ya sea pintor, bailarín, actor, escritor, vaga por el mundo en silencio siendo señalado de loco porque deja plasmado en su obra el mundo en que vive: un mundo cóncavo, como la imagen que se ve en una cuchara, al revés. No vale nada, sólo su obra es simbólica, de un valor intangible, abstracto. Sospecha, eso sí, que lo que crea tendrá un valor cuando muera. Con eso no se volverá inmortal, pero sí se aplazará su olvido. Con razón hay poetas que escriben para ellos –al menos eso dicen-; no les interesa que publiquen su obra porque les encantan los homenajes póstumos y escriben y escriben, en libretas, servilletas, cuadernos, blogs, para dejarles un poco de trabajo a sus biógrafos.
Los artistas, maestro, viven en silencio y mueren en silencio, pobres, solos, caminándole a la vida a pasos lentos, pero avanzando, con el objeto de que la frenopatía, que camina detrás, no los alcance. Como Usted, maestro Ramírez, que se fue de viaje con su soledad en la maleta y la tristeza a cuestas.
Con cariño, H. G.
Con copia para todos los artistas del planeta y, por si leen esta misiva, para todos los políticos del cosmos. –En otros planetas son iguales-.

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