Tres historias al viento

Salió la a, salió la a…

Para la cabaña andaba Amanda. Pasaba la baranda tantas mañanas aladas, las andanzas amasaban nada más hazañas. Allá, la sala, la cama, la casa. Allá, la bandada blanca, mansa, alcaraván pasa ya.
Al traspasar la alambrada la alcanza Martha, camarada callada, dama afamada, va para Alcalá al bazar ¡Tanta masa va! Al arca va, a la salada mar.
-¡Sarpa ya, Martha!- Habla Amanda. ¿Aparcas la barca al traspasar la alambra?
-Calla Amanda- Habla Martha al bajar la cara. Canta al alba nada más. Para la alharaca, gasta las palabras al cantar al mar. Cada alma va, a la labranza, a la matanza, a tantas taras… ¡Vaya a la casa! Gasta las palabras al arpa, anda canta.
Amanda calla la charada, va a casa, a la cabaña blanca, pasa la baranda, salta a la hamaca amarrada a la palma, aclara la garganta, canta al mar, a la sal, al mal, hasta callar a tanta lata. ¡Faltaba más!


La pluma del ángel

Arrancaré a escondidas una pluma a mi ángel de la guarda. Para eso me esconderé de los peligros de mi pieza a oscuras -cuando estoy detrás de una calamidad mi ángel duerme, placentero sobre la nube que se encuentra en todos los espejos-. Con la pluma, en mi pecho tatuaré tu nombre con tinta roja de mis venas y todo este riesgo para que me recuerdes cuando yo me olvide de cuidarte en las noches en las que tu ángel coquetee con el mío.


Baúl viejo

La llave estaba justo al lado del cofre. No me explico cómo mi abuela la olvidó esa noche. Nunca me había querido decir lo que guardaba allí. Dejé la puerta entreabierta para no despertarla, aunque esta pieza, en la que esconde sus recuerdos se encuentra lejos de la suya.
Emocionado por mi hallazgo abrí impaciente, con manos temblorosas, el grueso candado que sellaba las historias de mi abuela y me asusté más al escuchar el crujir de la puerta del viejo baúl. La despertaría. Mi asombro fue más grande al ver, en un rincón, al lado de trebejos, fotos, cartas, a ese pequeño unicornio tímido y hermoso. Al tratar de cogerlo me lastimó suavemente con su cacho blanco y fue en ese descuido mío cuando salió volando y como sabiendo el camino se dirigió justo al cuarto de mi abuela y robó su alma.
Yo fui el culpable de su muerte. Por eso estoy aquí, a la orilla de este río, con las llaves del cofre en mi mano mirando hacia la nada…

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