El traje invisible de la alcaldesa

Era temprano ese día de preparativos para las Fiestas del Guarumo en ese pueblo tan popular en la provincia de nombre Guarumal. La alcaldesa estaba preocupada por dos cosas para el día de la inauguración de las fiestas: el vestido que iba a usar y el discurso que le estaba preparando su asesora, que era la que verdaderamente gobernaba.
Faltaban dos semanas para las fiestas cuando aparecieron en el pueblo dos elegantes tejedores que aseguraban podían tejer la tela más hermosa que se hubiera visto antes por aquella comarca. Los comentarios, claro, llegaron a oídos de la alcaldesa. En el recinto del Honorable Concejo Municipal habían sido invitados los dos personajes, quienes declararon públicamente que su tela no sólo era de sin igual belleza, sino que los vestidos con ella confeccionados poseían la cualidad de hacerse invisible para los pillos y los tontos. La alcaldesa pensó que usar uno de los trajes le serviría mucho al pueblo, pues fuera del valor material, gracias a él podría conocer a los pícaros que intervenían en su gobierno y sabría distinguir a los listos de los estúpidos. Pues así fue. Los mandó llamar al palacio y ordenó a su Secretario de Gobierno que les hiciera un contrato de prestación de servicios.
A los expertos tejedores se les destinó un taller en una de las oficinas del municipio y se les entregaron todos los materiales que pidieron: hilo de oro, agujas de plata, 200 perlas y 30 diamantes. Sin embargo la asesora le manifestó a la alcaldesa su preocupación por lo cierto de aquel proyecto.
- ¿Acaso temes porque no puedas ver la tela? ¿Es que escondes alguno que otro pecado? Recuerda que el deshonesto se hace ciego ante la magnificencia de la tela. El deshonesto no puede ver el vestido…
- No, señora, cómo se le ocurre… Me da miedo es que sean pocos los que puedan ver tan semejante obra maestra del tejido… Ya sabe… los vivarachos por estos lados no son tan escasos… -Respondió entrecortada la asesora-.
Fue así como pasaron por el taller de los tejedores varios secretarios de despacho y hasta el párroco de Guarumal, a quienes los pillos les enseñaban la supuesta tela, pero los telares estaban vacíos. Inclusive el mismo párroco manifestó pasmado:
- ¡Qué colores! ¡Qué brillo! Y miren esa textura tan… maravillosa. Sin embargo pensó: «¡Por la Santísima Virgen! ¿Qué podrían pensar mis fieles si se dan cuenta que no puedo ver el famoso vestido de la alcaldesa? ¿Que soy un pillo? ¿Un mentiroso de poca fe? ¿Que malgasto el diezmo y lo que recojo en San Isidro?». Y agregó:
- ¡Jmmm! Ni todos los arcángeles del cielo hubieran logrado tan magnífica obra de arte… ¡Miren qué colores! ¡Qué encajes!... ¡Qué puntadas tan ¡Jmmm! perfectas!
Pues llegó el día de la inauguración de las Fiestas del Guarumo y en el palacio se encontraba toda la cúpula del poder del pueblo esperando ver cómo le quedaba el vestido a la alcaldesa. La población ya se había aglomerado a la entrada del palacio. La alcaldesa fue a ponerse el supuesto vestido y al no ver nada en el gancho que sujetaba uno de los pillos pensó: «¿Qué es esto, por Dios? ¡No veo nada en ese gancho! ¡Esto es terrible! ¿Acaso seré tan deshonesta y de falta de vergüenza que mis ojos no alcanzan a observar lo que ellos dicen que les fascinó? ¿Seré tan necia que no soy capaz de gobernar? ¡Esto es una desgracia!». Sin embargo se lo puso. Ya no había nada que hacer. No podía dar marcha atrás.
Llegó con su vestido a la sala de juntas y todos manifestaban frases elocuentes como: “de verdad que es un precioso vestido”; “¿Notaron esas terminaciones del bordado con hilo de oro? ¡Divino!”. Y otras exclamaciones como: ¡hermoso! ¡Envidiable! ¡Fascinante! ¡Maravilloso! ¡Impresionante! ¡Magnífico! ¡Admirable! ¡Encantador! Mientras la multitud afuera gritaba vivas por la alcaldesa y las fiestas. La alcaldesa prosiguió al balcón para pronunciar su esperado discurso pidiendo a alguno de los presentes que cogieran la cola del vestido, lo que hizo, evidentemente, el presidente del concejo. La gente expresaba frases sobre la hermosura del vestido, pero un niño, en su inocencia exclamó:
- ¿Pero es que no ven que esa señora está es desnuda? ¡Cómo son ciegos todos!
Al principio fue regañado por sus mayores, hasta que se dieron cuenta que la alcaldesa estaba desnuda y empezaron a gritar: “No hay vestido… no hay vestido…”
Al oír la algarabía que se había formado, la alcaldesa se mordió los labios porque pensó que la gente tenía razón. Sin embargo, no quiso darse por vencida pues ya estaba al frente de su pueblo y era necesario continuar hasta el fin; volverse atrás significaría que realmente era una tonta. Fue así como se enderezó con más orgullo que antes, mientras sus acompañantes fingían su contrariedad y el concejal, representante de la clase política del pueblo llevaba con respeto la cola de aquel vestido que nadie veía.

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