Hombres de buena espalda

La frase que hace de título a esta historia es común para referirse a las personas que tienen cierto talento o poder de persuasión o un no sé qué para los negocios. Pero definitivamente aquí no trataré de ningún negocio de Yarumal.
Paseaba por una acera de la conocida Calle Caliente de Yarumal –que ni es calle ni es caliente- cuando un señor con cuatro bultos de arroz encima de sus hombros casi me derriba. Y es que las aceras de esta popular calle -que es una carrera- son muy estrechas y por ellas transitan demasiados peatones, que al paso de los coteros están obligados a pasarse a la vía, arriesgándose a que un carro les pise un callo o peor aun, un juanete.
Pasé al otro lado de la calle y me encontré con don Germán Rivera, nos saludamos, y al contarle que tenía ganas de averiguar algunos pocos datos de estos señores llamados coteros, se mostró muy presto a acompañarme.
Nos sentamos en la cafetería El Molino al lado de uno de estos señores que se ganan el pan aplicando la sentencia aquella del Paraíso: “con el sudor de tu frente te ganarás el pan de cada día”. No quiso que mencionara su nombre, pero conversamos un rato inspirados por la cafeína.
Son aproximadamente 50 coteros los que se encuentran ganándose su sustento de esta profesión. Uno los puede reconocer fácilmente porque su uniforme es un trapo rojo en uno de sus hombros. A este trapo antes lo llamaban “la patente”, porque era su distintivo. Como hacen parte del gremio de los conductores, lo llamaban “patente” debido a que así llamaba anteriormente al pase para conducir. Ese trapo los protege del daño que pueda causar la sal o el polvo del maíz en sus oídos y ojos.
De los coteros podemos decir que fueron los que construyeron al Yarumal moderno. A ellos era a quienes contrataban para “vaciar” las planchas, o lozas que llaman en otras partes, de las edificaciones.
Hombres de estratos bajos, se caracterizaron y caracterizan por su honradez. No se conoce del primero que se haya robado un bulto y no es porque les sea difícil salir corriendo con 50 kilos a sus espaldas. Los he visto trotar, hacia las bodegas, con dos bultos de maíz encima. Toparse uno con un atleta de estos de frente es algo parecido a cuando un taxi se pesca con una tractomula de frente y en sentido contrario en la troncal a la costa.
En tiempos pasados se les llamaba bultiadores. Recuerdo que mi abuelito cada mes le pagaba a uno de ellos para que subiera el mercado desde la plaza, del negocio de don Reinaldo, hasta arriba del Liceo San Luis. Hoy pude ver a este señor todavía trabajando y un poco más encorvado que antes.
María Isabel Urrutia no aguantaría la faena de un día de voleo en La Caliente. Me contaban que don Germán González, quien murió el pasado jueves santo, se terciaba un chifonier de tres cuerpos. Y que los ángeles que hay en el atrio de Cedeño los llevó al hombro don Luis Marín, por los 20 kilómetros que separan este corregimiento por el camino viejo.
Hay otros pocos que cargan aun en carretillas de mano. Ya no existen terciadores, que eran los que hacían estos largos trayectos ayudados con unas cargaderas de cabuya que sostenían de sus frentes. Estos sí tenían cabeza para ganarse la vida.
Hombres de negocio, los coteros cobraban por todo. Llevaban los difuntos hasta su última morada y cargaban los santos en las procesiones hasta que las nuevas funerarias acabaron con lo primero y Melguizo con lo último. Sin embargo algunos todavía cargan los pesados santos. De pronto “arriba” se encuentra alguno de ellos bien agradecido y después les pague. El problema es que en el cielo no hay en qué gastar la plata.
¿Qué cuánto se ganan? Si en un día descargan dos carros son $ 50.000. Pero esta maravilla no es a diario. A veces tienen días de cero pesos. Esto los hace más unidos. Ellos se reparten los trabajos “pa’ que a todos les toque”. Una mula la descargan entre 8 coteros, un dobletroque entre 4 ó 5 y un carro sencillo entre 3.
Ya no hay coteros jóvenes en Yarumal. Es una profesión de aquellas que ya no se heredan. Los hijos no quieren llevar a sus espaldas el peso de sus padres.
Los vi trabajando como hormigas observados por las palomas desde los techos de las edificaciones, las cuales esperan impacientemente que se desalojen las calles para recoger el maíz del piso. Entre tanto, se coquetean en los aleros de los techos.
Otros coteros esperan a que llegue otro camión, sentados en la esquina de Servientrega, mientras fuman y conversan.
Cómo negar que el progreso de los pueblos de Antioquia se lo debemos a los arrieros y en gran medida a los coteros. Los coteros, como Atlas, cargan el mundo a sus espaldas y llevan en sus frentes cada tarde, después de trabajar, el sudor de un pueblo pujante que se abrió camino a golpe de hacha, y en una bolsa negra, “el diario” pa’ sus hijos, los mecatos pa’ sus nietos y una dulce galletita, cargada de besos, pa’ su vieja.

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