LOS PADRES AGUACATE.

Nada interesante en La W a esa hora de la mañana del martes. Siete y doce de la mañana. Antes de meterme al baño, porque yo me baño todos los días, cambio de emisora y pongo a Cerro Azul, estaban en Positivas. Una señora hablaba de lo caros que están los servicios públicos domiciliarios en comparación con los de Medellín y del mal servicio de la parabólica. Le di la razón.


Al rato la señora, que no supe a qué parte de la comunidad representaba -pero sí supe su nombre porque en el programa lo mencionaron varias veces-, doña Josefina, inició otro tema relacionado con los grandes problemas de drogadicción que se están presentando en el municipio y de los embarazos en niñas de 13 y 14 años.

En esto ya no le di la razón. ¿Y saben por qué? Porque dijo que a los padres de familia nos faltaba convertirnos en “amigos de nuestros hijos” para que nos tuvieran confianza. Yo me imaginé a mi hijo de 18 años diciéndome: “Hey, cucho, aquí entre nos, ya me estoy comiendo la nena. ¡Choque esos cinco, parce!”. Y no, no señores, ¿quién dijo que uno tenía que ser amigo de los hijos para que no caigan en embarazos indeseados y en la droga? ¡No! Aquí estamos fallando es precisamente por eso, por falta de autoridad.

¡Cuál amistad con los hijos! Dirá alguien que entonces cómo se gana uno el cariño de ellos y yo le respondo de una vez que los hijos no tienen que quererlo a uno, ellos no tienen necesariamente esa obligación, pero sí tienen que respetarnos. Y el respeto se gana con autoridad, la confianza y la amistad son aderezos.

Recordaba entonces la famosa conferencia del padre Juan Jaime Escobar titulada “Disciplina para el amor”. La consigue uno por intermedio del canal Televida. Yo no la tengo, pero sí la vi dos veces ya. En esta charla que el conferencista le brinda a un grupo de padres de familia él habla de los papás y mamás huevo y los papás y mamás aguacate. Los papás y mamás huevo son aquellos que son duros por fuera y blandos por dentro. Un ejemplo particular y muy común, tal vez a usted le haya pasado, es cuando la jovencita adolescente le pide permiso a la mamá para ir a la fiesta y llegar a la una de la mañana. 

La mamá le increpa lastimera alzando un poco la voz: “Mire, mija, la situación de orden público… y usté que es menor de edad… y recuerde lo que le pasó a Juanita… y cuidado con las malas compañías y bla, bla, bla,”. Pero la jovencita insiste e insiste hasta que la mamá “por no ceder a sus caprichos” le dice subiendo más el tono de la voz: “Bueno. ¡Pero a la una en punto!”. 

Estos son los papás huevo. Los que dicen que no y que no y que no y terminan cumpliendo las órdenes de sus hijos.
Un papá aguacate, en ese mismo caso hubiera utilizado el disco rayado: “Lo siento mija, pero si va ir a la fiesta de su amiga debe estar en la casa a las once en punto”. “Pero papi, no seas anticuado. A esa hora apenas está empezando la fiesta…”. “Lo siento mija, pero si va ir a la fiesta de su amiga debe estar en la casa a las once en punto”. “Pero papi. ¿Qué van a pensar mis amigos? Que soy una sobreprotegida…”. 

En este momento la jovencita llora, pero usted no se inmuta. “Lo siento mija, pero si va ir a la fiesta de su amiga debe estar en la casa a las once en punto”. Le apuesto señor padre, señora madre de familia, que el disco rayado no falla. Eso es ser un papá o mamá aguacate: blando por fuera, duro por dentro.

¿Recuerda cómo nos criaron a nosotros? Cuando era a las diez, era a las diez. Y ¡hay! si llegaba a las diez y cinco. ¿Recuerda las pelas que nos pegaban cuando la embarrábamos? Y así crecimos y nos criamos como gente de bien y a nosotros no nos dio ningún trauma psicológico. Vaya álcele la voz ahora a su hijo y verá que lo amenaza con demandarlo y ¡cuidado le da un correazo! ¡Lo pueden arrestar por violencia doméstica y maltrato a un menor de edad! Eso es la ley de infancia y adolescencia: la madre de la alcahuetería. Y, entonces, ya hay que “dialogar” con nuestros jóvenes sobre la drogadicción y darles el condón si es posible por aquello de la prevención. 

Y si llega trabao no se le puede decir nada por aquello del “libre desarrollo de la personalidad” y si llega la niña en embarazo hay que entenderla y criarle el chino. Así de sencillo.

Señores y señoras padres y madres. Nuestros hijos no nos tienen que querer, pero sí respetar. Los jóvenes se nos están perdiendo no por falta de diálogo ni porque “no somos amigos de ellos”. ¡Es por pura y física falta de autoridad! Así es que amarrémonos los pantalones y sin tener que pelear con ellos hagámosles entender que “aquí mando yo” y que en la casa hay unas normas que tienen que cumplir y si no es así el castigo es privarlos de lo que más les guste, sin caer en el autoritarismo. Seamos aguacate.

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