Duodécimo mandamiento

Cuando a Moisés se le quebró la tabla con los otros 10 mandamientos nadie dijo nada porque nadie se dio cuenta. Él fue más bobo que se lo contó a Aarón y este regó el chisme después que salieron del desierto, anotando que su hermano le había contado que el undécimo mandamiento era “no debéis dar papaya” y el duodécimo “desconfía de todo el mundo, hasta de ti mismo”. Moisés se enojó tanto que cuando se sentó a escribir el Éxodo puso que su hermano había muerto en el desierto y con eso limpió su falta. Por eso si Usted, mi estimado lector, por un momento duda de los argumentos que le acabo de contar lo felicito, no se fíe de lo que la gente escribe: mandamiento 12. Eso debió haber hecho el cura de la Iglesia del Santuario de Misericordia, en Zaragoza, España, cuando una viejita le propuso restaurar una pintura del siglo XIX que no se encontraba en buen estado, un eccehomo realizado por Elías García Martínez. El padre, que no conocía el mandamiento 12 porque aún no había leído esta columna, cometió el error de confiar en la buena voluntad de doña Cecilia Giménez, una vecina de 80 años de esa parroquia a la que en unas contadas ocasiones había visto pintando, pero nunca había visto una obra suya terminada. Me imagino la cara del cura al ver el fresco “restaurado” ante la sonrisa de complacencia de doña Cecilia. Aquí les muestro el maravilloso trabajo de la octogenaria:
Je, je, je. Con razón la noticia ha sido un bum en los medios de comunicación. Una anciana se atrevió a motilar a Jesús y claro, volvió popular la Iglesia de Misericordia que ahora recibe turistas de todo el mundo que quieren ver de primera mano una desgracia convertida en chiste, un destrozo con las mejores intenciones, la otra cara del perdón, la alegoría del duodécimo mandamiento. Lo más gracioso es que doña Cecilia respondió así a un medio de comunicación: “Con toda mi buena voluntad he hecho una cosa que creía que estaba bien. Además, todavía no está terminada”. ¡Aún no está terminada! Je, je, je. Pobre cura que confió en tan buena voluntad, debe estar dándose golpes de pecho porque pecó contra el mandamiento 12. No se preocupe padre, que en mi pueblo esa es la hostia después de cada confesión. Aquí, por ejemplo, confiamos en un alcalde que nos iba a mejorar el parque y se tiró en nuestro patrimonio, en contubernio con un arquitecto de apellido Vegué. Aquí, señor cura, todavía le comen bomba a los políticos con las juntas de vivienda. Resígnese, confiar en las personas es un mal universal, por eso no se extrañe si para mejorar el parque de un pueblo allá en Colombia, de nombre Yarumal, contratan a su vecina Chila.

Comentarios