Preparativos para el 21

Por lo que soy yo, ya estoy listo para el esperado y mediático 21 de diciembre cuando todo sobre este planeta deje de existir. Lo primero que hice fue resignarme a morir al lado de la gente que amo (ya sospechaba yo que no era inmortal) y arrepentirme de las cosas que no tuve oportunidad de hacer, entre ellas no haber ido al concierto de Madona, subirme al escenario y pedirle que me dedicara Holiday. Aunque no me crean ya empecé a leer la Biblia, voy en la parte que dice: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra”. Ya me gasté la plata que tenía ahorrada y solamente dejé para comprar una garrafa de guaro; el momento de la debacle quiero que me atrape bien borracho, tal vez así tenga el valor de retar los cuatro jinetes de los que habla el Apocalipsis. Como ya estoy listo física y mentalmente tengo autoridad moral para aconsejarle que se gaste la prima de diciembre en lo que le dé la gana y ni se le ocurra pagar culebras. No haga testamento alguno ¿A quién le interesan sus bienes si el 22 no habrá nada ni nadie, ni herederos, ni notarías, ni abogados que reclamen su herencia? Recuerde que tiene 21 días para hacer sus últimas locuras, monte en helicóptero o en globo o en parapente o en paracaídas, en todo caso no se muera sin probar otra forma de volar diferente a la marihuana. Peque todo lo que pueda, haga el amor hasta el hastío, así hará las paces con su órgano sexual y luego haga las paces con sus enemigos, vaya a misa o al culto de su iglesia y arrepiéntase después para que haga las paces también con Dios. Muérase con la camiseta de su equipo de fútbol o la Biblia abrazada a su pecho y si no es fanático de nada y por el contrario es un escéptico duerma sin camisa y ponga las sagradas escrituras bajo la almohada que al otro día lo espera un buen desayuno, mientras ve en las noticias el combo de pendejos que se suicidaron al no poder soportar estar vivos a la hora de su muerte. Tal vez los Mayas tenían razón, entonces ya sea que nos extinga una lluvia de meteoritos, un fogonazo solar o la explosión de un volcán, acuéstese bajo la cama, encomiéndese a su santo de confianza y aconséjele que se busque otros adeptos en otro planeta que mañana en la tierra nadie le rezará y eso es malo para su ego, ah, dígale lo mismo a Dios y, si le queda tiempo, a las 11 mil vírgenes, con esto tal vez se gane el cielo que le prometieron. Lo que soy yo, mis estimados amigos, me voy a preparar para ese nefasto día sábado 21 de diciembre de 2012 de la siguiente manera: voy a invitar vecinos, amigos y familiares y adelantaremos los aguinaldos; haremos sancocho, natilla y buñuelos. Destaparemos los regalos a eso de las siete de la noche. Brindaremos por las dichas del año que termina y haciendo caso omiso a las profecías, a media noche gritaremos: ¡cinco!, ¡cuatro!, ¡tres!, ¡dos!, ¡uno!, ¡feliz añoooo! Mi estimado lector, lo invito a que haga lo mismo, en diciembre todo se vale. Si no pasa nada y ve que al único que se le acabó el mundo fue al marrano, espere el nuevo fin de año cargado de optimismo. Si por el contrario el mundo se acaba ese día, no lo cogerá en sano juicio, eso sí, aténgase al juicio final. En todo caso, no se pegue un tiro.

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