Vivía
en un segundo piso de un edificio de tres. Desde su balcón se podían apreciar
las estrellas pero los cables de energía, telefonía y televisión que hacían una
maraña sobre su cabeza y que se dirigían en varias direcciones, de poste a poste,
de casa a casa, le impedían escudriñar su pequeño horizonte sideral.
Todas
las noches estrelladas se molestaba por no haber alquilado el apartamento del
tercer piso.
Aquel
martes anunciaron un apagón general en la manzana y aprovechando el suceso cortó
los cables. Esa noche pudo disfrutar y suspirar con el espectáculo cósmico de
su horizonte. Sucedió hace dos semanas.
Ahora
desde su calabozo, ubicado en la segunda planta de la cárcel, no puede admirar
el firmamento, aunque no hay ni un solo cable que se lo impida.
Buenísimo hermano, me gustó mucho...
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