Lero, lero

Parece ser que el popular juego del amigo secreto tiene su origen en Venezuela. Ya entendí mejor las palabras elocuentes que usaban los expresidentes y que tanto parodiaron en esos ingeniosos programas de humor: mi nuevo mejor amiguis. El papelito en bolsa este se popularizó a todo el planeta y en estos momentos medio país lo juega, tal vez hipócritamente, para no quedar mal en la empresa, o con los vecinos o la familia. Si no me creen lo de la palabra hipócrita que menciono hagan el ejercicio con un grupo de niños, los niños no han aprendido a disimular el descontento y lo expresan así como son ellos, perversos. Vean sus caras cuando sacan de la bolsa el papelito con el nombre de su amigo secreto, miren sus gestos, escuchen lo que dicen y se darán cuenta por qué lo menciono. Ellos que sí son sinceros hirientes hacen desbaratar el juego varias veces porque quieren que les salga el nombre de alguien que les caiga bien, o al menos, de un amiguito que no sea muy feo. A nosotros, los grandes, nos pasa lo mismo, pero ya aprendimos a disimular y por eso siempre sonreímos ante los demás cuando leemos el nombre secreto en el papelito, mientras maldecimos por dentro.
   En estos momentos los comerciantes tienen la oportunidad de desengüesarse de los artículos que casi nadie compra, porque casi todo lo que le regalan a uno en estas fechas de amor y amistad no sirve para nada o son chiviadas, si no vayan a mirar en la quincena cómo se van a llenar de gente los todo a mil, y ese otro negocio donde todo es a quinientos. Yo, por lo pronto, estoy preparado psicológicamente para recibir el día del descubrimiento un control remoto, una manilla, un talco, un par de medias de las que no emborrachan o un CD de los que vienen en bolsita con la película Ticanic. Y para no dar de qué decir, voy a ser muy meticuloso con mi regalo, muy original, y no me he decidido entre un kit para reparar calzoncillos, una colección de bolsas para el mareo, un muñeco gurú, un libro pirata (qué tal La isla del tesoro) o para combatir el estrés, un mono de peluche el cual se estrangula cuando uno tiene rabia, el desgraciado recupera su forma y retador repite: lero, lero. Bueno, para un amigo que tengo para quien todos hacemos mal nuestro trabajo no me he decidido entre el muñeco gurú o el mico lero lero.
   De todas formas, como dice la gente que no tiene nada más qué decir en estas fechas, el día de la madre debería ser todos los días, lo mismo que el del padre, del maestro, la secretaria y varios etcéteras más, yo digo, porque no se me ocurre nada más locuaz e inteligente, que el día del amor y la amistad debería ser todos los días porque uno siempre espera algo positivo de un amigo que te ayude a crecer como persona, ese sí es un buen regalo que se puede dar a diario. Yo, por ejemplo, de mi amigo espero: en la indiferencia, entendimiento; en las malas, ayuda; en las buenas, fortalecimiento; ante diferencias, empatía; ante rumores, discreción; en mal entendidos, comprensión; en la carestía, humildad; en el derroche, cordura; en la indisciplina, respeto; en la duda, credibilidad; en la culpa, apoyo; en la sumisión, liderazgo; en tristezas, risas y en la muerte, silencio.

   Feliz día para todos los lectores de este semanario y de una vez les adelanto que si quedan descontentos con el regalo de su amigo secreto, ¡lero, lero!

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