"Si quieres enamorarte,
enamorate de la vida, lo demás llegará". Con esta filosofía de líneas
fatuas, tal vez efímeras, terminó Luis Humberto su última columna en este
semanario. Se publicó el viernes pasado en la página cuatro de Sueño Norte.
Pareciera ser que Luis, en alguno de sus rincones, de sus trebejos, recovecos y
cachibaches manifestara su apego a este trozo de tiempo. Pero no. Luis ya había
vivido varias veces y seguirá renaciendo porque, según él, uno es parte de lo
que cree y él creía, ojalá fuera cierto, que después de dejar su cuerpo
volvería a volver. Por ahí cañaba con que había vivido otras vidas y en algunas
de ellas fue personaje importante, ojalá haya quedado satisfecho con este paso por
nuestra tierra y que en la otra que le espera pueda continuar con su misión.
A Luis le encantaba confrontar mis creencias
de alcantarilla en mis tufos del ahora, en lo que yo llamo la felicidad del ya,
el orgasmo del momento eterno del hoy. Siempre se rió de mi locura y decía que
en eso nos parecíamos y que, así yo no lo creyera, nos volveríamos a encontrar,
escondidos en otra época. Pobre de mí que todavía lo dudo.
Lucho fue enamoramiento y montaña, sugestión
y paradigma, realidad, conocimiento, creencia, cambio, confusión, deseo,
descuido, momento, idea, nacimiento, encuentro, recurso y fin; un ser
insignificantemente eterno; antagónico, persuasivo, placentero y feliz. Se reía
de sí mismo, como se ríe del arlequín el reflejo en el líquido cristalino del
estanque.
Para Lucho la vida fue, tal vez aun lo es,
un manjar, las acciones buenas un fruto y la satisfacción del servicio, la
semilla. Luis aun es un árbol eternamente fructífero que no depende de la
clorofila externa porque la lleva por siempre enterrada entre sus uñas verdes.
Nadie puede asegurar su partida porque nunca se fue sin despedirse, los
ingratos ausentes somos quienes creemos en su partida. El olvido está en la
distancia, el reencuentro es hacia adentro. (Acabo de quedarme ahogado en un
apretón que me dí hacia mi, hacia adentro; otros lo llaman suspiro). Es mi yo
confrontado conmigo, esa fue su enseñanza, la misma que todos entendemos pero
que no ponemos en práctica porque para nosotros los comunes es más placentero
mirar por la ventana cómo tropieza el vecino y cae, ingenuo de nuestra mirada
socarrona. Luis prefería hablar de vida y de oportunidad porque sufría con el
dolor del otro, a cuántos no extendió su mano, compensando el temor que
padecemos de que se corte este delgado hilo que nos une a la existencia, él
sabía que vivir es un riesgo.
En esta época de lluvia que anega la tierra
que cultivaste, lluvia que amamantó el árbol inocente, impredecible, de la rama
débil que no soportó tu grandeza en septiembre, y en nombre de aquella tierra
que abonaste, nosotros, los que sospechamos de tus verdades, los que dudamos de
tus ideologías, depronto inconmesurables para nuestro miope entendimiento, y de
quienes las comparten como ciertas, por aquello de la fe, te decimos gracias,
Luis Humberto, porque el verdadero cambio positivo del universo está en el
individuo que se vuelca hacia lo ético, aspira el virus del que hablabas y
luego contagia al resto. Allí, donde estés luego, sabemos que continuarás con
tu lucha, Lucho, con tu servicio, porque encontrarás gente triste pa‘ animales la vida. Vos sabés...
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