De pie ante el altar que es
tu nombre, bautizo del sápiens temeroso, grito tu ausencia, Señor, con la boca
cerrada para que no me escuche de tu rebaño alguna oveja dormida. Tú que vagas
por encima del círculo de la tierra dime ¿cuán alto andas que la razón no te
alcanza?
Tu nombre, creación del Homo
Religiosus, ancestro que tuvo más cayos en sus rodillas que en sus manos —aun existe esta especie, más
evolucionada—.
En tu nombre, Señor, se han realizado acciones heroicas y las más atroces
masacres. El genocida quiere parecerse a ti, Señor de los ejércitos, que no tuviste sensibilidad
para arrepentirte ante los gritos inocentes de los niños incinerados por tu
mano en Sodoma y Gomorra. Nos parecemos a ti, como los santos que terminan
pareciéndose a sus estatuas.
Tu nombre que habla tu existencia eónica e infinita por el
tiempo: Krisna, Zeus, Yahvé, Dios, Alá ¿cuál es el verdadero? ¿Dónde estabas
antes de que el primer ser humano te balbuceara? ¿De qué te ocultabas? Desde
hace seis mil años sabemos de tu presencia ¿dónde estabas hace veinte mil años?
Nos abandonaste a nuestra suerte luego de crearnos.
No sabíamos qué hacer cuando un fenómeno natural nos asombraba. No sabíamos cómo resignarnos a la muerte de un pariente o a la sospecha cruel de la nuestra, cuando necesitábamos seguir viviendo, tener acceso a lo improbable, tu paraíso, Señor, tu cielo de arpas y coros, de luces infinitas, de ríos, frutales, de ancestros, de soles de por vida en medio de la muerte.
No sabíamos qué hacer cuando un fenómeno natural nos asombraba. No sabíamos cómo resignarnos a la muerte de un pariente o a la sospecha cruel de la nuestra, cuando necesitábamos seguir viviendo, tener acceso a lo improbable, tu paraíso, Señor, tu cielo de arpas y coros, de luces infinitas, de ríos, frutales, de ancestros, de soles de por vida en medio de la muerte.
Religiones en tu nombre. Un mundo inundado por el tótem,
monumentos, debería estar poblado por estatuas y ser frío, limpio de
contaminación, habitado por sordos y mudos, ante el eco persistente de tu adoración,
de tu ego omnipresente y omnisciente que viaja al borde de las constelaciones
del tiempo.
Las religiones en tu nombre, fuente activa de violencia,
ríos de agua viva atosigados de cadáveres. Cuántos muertos en tu nombre, dios
de ignorantes armados que todo lo perdona: la inquisición, santa, la
persecución de las brujas, la muerte de alguien que se atrevió a dibujarte, que
mostró tu rostro parecido al hombre. Terminaste pareciéndote a nosotros en un
mundo modelado por tu mano, dios del caos que no inventaste el dogma.
A ti, dios de la guerra, sólo se puede llegar a través del
ser humano y desde un ser humano. Por esta razón quiero llegarte a través de
estas líneas, con mi palabra y mi reclamo por haberte filtrado como un concepto
en la parte del cerebro en donde habita la inocencia.
Aleluya, aleluya, aleluya, rey de la guerra, dios de los
ejércitos.
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