Y ASÍ FUE LA SENTENCIA, MIJO


Vea Mijo, le ayudo pues a hacer la tarea.

Todo empezó en lo que se llamaba El Sanedrín que era algo así como un congreso de la república pero con sacerdotes y no con narcopolíticos. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes y estaban piedros porque Jesús les estaba moviendo el piso con el pueblo haciendo milagros y predicando a diestra y siniestra, lo que los dejaba como candidatos al concejo quemaos. 

Si Jesús viviera hoy en día le quitaría la ceguera al presidente Maduro, resucitaría a Gaitán y pondría a caminar de la mano a Uribe y a Petro por el nacionalismo. Pero volvamos al Sanedrín. Anás y Caifás cogen in fraganti a Jesús cuando se proclamaba hijo de Dios y diciendo que destruiría el templo y lo reconstruiría en tres días sin la intervención de ninguna firma constructora.

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Todo eso se confirma con la declaración de dos testigos, Akasías y Manatán, más falsos que un informe de gestión de un gobernante. Cuando Anás, que era el yerno de Caifás, le pregunta a Jesús que si él era hijo de Dios, Jesús le responde: “eso se sabe, hermano; y espéresen y verán que yo estaré a la diestra de mi padre, sentado en una nube, y sin fumar nada raro”. 


Ahí empezó el conflicto de fronteras ideológicas. Anás y Caifás armaron el berrinche. Se jalaron de las mechas, se rasgaron las vestiduras y clavaron los ojos en el cielo porque Jesús había blasfemado ante ellos. O sea, que se condenó a sentencia anticipada. Entonces se lo llevaron a Pilatos quien gobernaba en esas tierras y cuando éste le pregunta a Jesús que quién era, él le responde: “pregúntele a estos que son los que me quieren dar el paseo”. 
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El tal Caifás le dice que ese tipo se cree dizque rey y Pilatos le expresa que cómo va a condenar a alguien porque se cree rey, sabiendo que hay otros que se creen reyes de un pueblo porque les dan un puesto público en la alcaldía o en el hospital y nadie los ha condenado. Y ordena que se lo lleven a Herodes. Herodes lo que hace es gozarse a Jesús ya que lo considera un mago y le pide que le haga aparecer un elefante a sus espaldas (a lo Samper), o una paloma, o más difícil, que haga que se firme la paz con la insurgencia (es que en esa época también había guerrilla). 

Como no le cumple con ningún milagro de esos le pone un manto blanco y ordena que se lo vuelvan a llevar a Pilatos. Otra vez de vuelta donde Pilatos, ya con una recua de judíos detrás que gritaban pidiendo que lo pasaran al papayo, Pilatos quien no encuentra culpa en él, hizo un intercambio humanitario: mandó llamar a Barrabás, que era algo parecido a un Iván Márquez, pero en vez de camuflado tenía era una túnica. Y preguntó que a quién querían que liberara, si a Barrabás o a Jesús. Todos dijeron que a Barrabás.


Entonces un soldado le puso la conocida corona de espinas al nazareno y un pedazo de palo a modo de cetro pa’ que quedara parecido a un rey. Y es así como ocurre que a Pilatos le sirven el almuerzo y como la mamá le había enseñado que se lavara las manos antes de comer, manda por una ponchera, se lava las manos y dice: “ese muerto no lo pago yo” y se va a almorzar. Luego Caifás dice que ellos sí lo pagan. Y del resto no hace falta decirle nada porque ya todos lo saben o sino váyase pa’ onde el tal Gugle que dizque sabe mucho y ya. ¿Sí apuntó, mijo?
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